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130 Margarita Eyherabide


— No. Lnisa. no; conozco demasiado tu cariño, para ponerlo en tela de juicio ¡sería una ingratitud!

— Gracias, Arasi;—pues. siguió Luisa, han osado decir... porqué sabrás que una de ellas, está no poco encaprichada y anhela á todo trance llamar la atención del castellano. Confieso ingenuamente que á nosotras, las brasileras nos gustan, en verdad los uruguayos. Son tan lindos tipos, tan arrogantes y simpáticos y Luisa sonrió con dulzura.

— ¡Ah. si me caso con... Amir, él y vo te conse guiremos uno ¿quieres? y Arasí después de decir es- tas palabras se ruborizó adorablemente.

— ¡Queda cerrado el trato! y Luisa soltó una risa armoniosa.

— Pero, murmuró Arasi ¿es linda... esa?

— ¿Cual? ¿la del balcón? — Una negrita, así como así, creida, tiesa, simplona ¡una loquilla!

— ¡Ah! respiro, ¡si es fea! dijo Arasi. Pero fran- camente, añadió, negrita no puede ser, será bas- tante morena ¿no es eso? — Pero ¡vaya si hay more- nas lindas, con unos ojos llenos de fuego. Quiero sa- ber si sus ojos son menos bellos que los míos ¡oh, los ojos, los ojos!... Amir tiene pasión por los ojos bellos!

— Ah, hijita...

—- ¿Qué? ¿será posible? ¡me olvidará Amir si esa mujer es menos fea de lo que pienso! — Es menes- ter que yo la vea, Luisa, es preciso! — ¿Pero qué de- cía, pues. al verme venir seis días seguidos?

— ¡Ah! ¿para qué te acuerdas todavía de eso? In- quietarte por una nimiedad que es hija de la envidia, tú. Arasi...

— Luisa; te juro que la mujer habladora me ha inspirado siempre un desprecio invencible, porque,