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Amir y Arasi

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En la vereda de enfrente. la vecinita coqueta, sos- teniendo sus manos en los hierros del halcón se ba- lanceaba gentilmente.

—- ¡Que veo! — murmuró Amir. ¡Es élla!...

— ¡Ella! repitió. ¿Con su padre? — no. ¿Con su esposo?... ¡no! — ¿casada? — ¿casada élla? ¿Ca- sada econ otro?...

Y sin darse cuenta Amir dió unos pasos en segui- miento de la pareja. aunqué no —esto lo digo en honor de Amir-—con aires de conquistador bur- lado.

Una carcajada, llena de ironía resonó en su cora- 7ón como una bofetada. Amir clavó su vista cn la ve- cina de enfrente, y como si jamás la hubiera visto, se dijo desesperado :

— Ríe, descocada ¿quién eres tú, que asi te burlas de mi desgracia ?

Amir acababa de sufrir un choque fortísimo y un choque nuevo batió á rebato, á éste con la velocidad de un relámpago.

— ¡El doctor! — murmuró—; César, su hermano! — Arasi y César... ¡aquí! ¡á mi lado!

¿Es esto un sueño? — Y Arpir, confuso y desalen- tado, echó á andar por la acera, con el sombrero en la mano, pálido. agitado, y sin percatarse de que la vecina de enfrente lo comía eon los ojos y á la vez, maligna y despechada, repetía en voz alta palabras bien incorrectas para ser pronunciadas por unos la- bios femeninos.

Una carcajada más antipática que la primera, des garró los oídos de Amir.

Volvióse para observar... ¡Y vió á la señora vecina con las manos unidas, á la altura del rostro, en apéndice de la nariz!