190 Margarita Eyherabide
Amír enrojeció de cólera.
Pero la sorpresa recibida de improviso, superaba í la indignación.
-— ¡Oh esta intrusa! — murmuró asimismo y aña- dió.
— Pero ella, ella, la que tanto amo, ella que me ha visto, ella que me ha reconocido, ¿qué hacía? ¿por qué huyó?
— Huir ¡necio de mí! no he huído yo, de ella, pri- mero ?
— Y ¡oh, si Amir hubiera podido soñarlo!
— Arasi en ahogados sollozos convulsivos, confe- saba á César, que Amir, mientras ella se alejaba, flir- teaba alegremente con la vecina de enfrente.
— ¡César! — añadía desconsolada — ¡me ha ol- vidado, en tanto que yo lo amo más de día en día!
— Hermanita — murmuraba el joven doetor, en extremo condescendiente. — ¿Tú, joven y bella, su- frir de ese modo por un amor? Jóvenes distinguidos no te faltarán...
— No se trata de distinciones; para mí es él el más distinguido, porque es el más noble y además es el único á quien amo y amaré toda mi vida.
En tanto, Amir, fiwiosóo consigo mismo, con la vecina de enfrente, y, con todo el mundo, volvió á entrar á su casa y se vió encerrado en el estrecho zaguán.
— ¡Es menester que esto acabe! — murmuró —- la amo con toda mi alma y por un exceso de delica- deza me aparto de su camino y la dejo á merced de un nuevo amor. ¡Ah! ¡¡que miserable fuera el que me la arrebatara! ¡Miserable fuera ella si me olvi- dara!
— ¡Pero no vé!... y el joven se mesaba con rabia los cabellos. ¡ Yo estoy loco! y añadió: