200 Margarita Eyherabide
por lo que se refería á Arasí. — No la veré — mur- muraba — ¡ahora sí que la hago buena! siempre he de andar al revés. ¡ Ah! ¡si ella supiera, si adivinara lo que he sufrido, si comprendiera la grandeza de mi saerificio!... Y no obstante—añadió el joven tristemente—quizá la franqueza, la sinceridad libre me habrían salvado.
Una lágrima rodó furtiva por la mejilla del noble doncel.
En lo alto de una cuesta apareció César que había salido á alcanzarlo; ambos se saludaron como anti- guos camaradas y entablaron una conversación muy entretenida.
A medida que se aproximaban, Amir sentía con mayor intensidad, algo así, como si le hicieran eos- quillas en el estómago.
Le acometía una tos tan poco elegante, que el joven apretaba los labios y se tiraba nerviosamente el bigote.
Soy un camueso -— se decía—¿ apuesto á que tengo miedo de Arasi? ¡Caramba! — si en este momento la viera sufriría un ataque al cerebro. Mientras Amir hablando con César no pensaba más que en él y en Arasi, César, eseuchándolo, admiraba las cualidades que creía adivinar en el joven uruguayo.
El susto de Amir tenía que acabar de mal en peor. —La estanzuela, el señor Goncalves, doña Delia el negrito matador del carpintero ¡todo el mundo menos Arasi!
El joven suspiró otra vez. Cumple su promesa — se dijo -— yo cumplo la mía. Al mismo tiempo el señor Goncalves repetia:—¡ Tanto tiempo! ¡tanto tiempo!
Aquello fué una verdadera demostración de cariño,