Amir y Arasi 209 sentir las esperanzas más libres. ¡Un emigrado! — ¡Bendito suelo extranjero! pero ¡bendita patria mía, á la que retorno eon el alma llena de triste- zas! Las nostalgias de la emigración, han nutrido mi espíritu de avasalladora melancolía que se hace innata !... ¡Qué largas y lentas se sucedían las tar- des, allá! — Pensando en lo que ha sido, pensand» en lo que era... ¡Por Dios! ¿hay algo más doloroso que pensar? — Mejor fuera que yo no pensara nunca y el joven se conmovió —¡Oh sí! continuó, cuanto más se piensa, más sellora, Volando y levan- tando polvaredas de tierra, un vehículo, tirado por unos animalejos, llamó la atención del joven des- consolado. Amir se detuvo, invitando de ese modo. al conductor á que hiciera otro tanto. ¡Guay m' amigo! gritóle éste, deteniendo unos flaquísimos animales que arrastraban el carruaje.
—Señor Melgar — respondióle Amir — ¿sabe usted que siento tentaciones de darle un abrazo? —- Es usted el primer oriental eon quien topo, al vol- ver de la inmigración.
— Y yo el segundo — respondió una voz desde el interior del carruaje. La portezuela se abrió con gran ruido y una pierna fuerte y musculosa, tocó el es- tribo. En seguida apareció... ¿un bastón? — ¡No!l— una pierna de palo ó un palo vestido con la pierna de un pantalón. El rostro de Panchito, asomó, bar- budo, moreno, desconocido. — ¡¡ Panchito!! y, Amir, retrocediendo miró con tremendos ojos al que así descendía del coche.
— ¡Hermano!, ¡hermano! — gritó Panchito arro- jándose en los brazos del joven. Y abrasados, estre- chamente unidos, ¡¡Panchito!! murmuraba Amir
Amir y Arasi. “4.