210 Wargarita Eyherabide
¡Panehito!! — y en un arranque de alegría desco- nocida. — ¿Pero es posible que seas tú? — — ¡Yo! ¡yo! — respondió Panchito, ¡ Yo! ¡soy yo! —i¡Tú! — ¡oh!, ¡qué felicidad! ¡Panchito, mi querido Panchito! ¡Mi pobre Pancho! — ¡Qué ale- gría más grande va á tener mamá!... ¡Si me parece imposible!... Y volvió Amir á arrojarse en los bra-
zos de Pancho y se apretaron otra vez estrechamente como si temieran estrellarse de improviso con la verdad de solo un sueño...
— Si, soy yo—repitió Pancho—el Pancho del sa- ladero, el Pancho de los campos de Artigas ¡El po- pular Panchito el de la guacha! gritó con voz briosa, recordando los tiempos de su niñez y de su juventud! Y Pancho atemperó la sugestiva gracia de sus fra- ses recordativas con una fuerte carcajada que arrancó ¡oh admiración! una lágrima de los ojos del pobre mozo.
Panchito apoyóse sobre el palo; Amir lo miró...
— ¡Oh! —- repitió Amir — ¡Oh! — ¡Oh!
Panchito lo comprendió : — No temas — dijo con voz desbordante de tristeza. —¡Ya me he acos- tumbrado con mi nueva pierna! y de un modo ex- temporáneo, soltó una nueva carcajada. Estaba de- masiado nervioso Pancho para no reir y llorar á un mismo tiempo. Y así comenzó á decir:
— Tres meses tumbado en la cama de un hospi- tal, más muerto que vivo y salvado luego... ¡mila- grosamente! ¡gracias mil dí, á la Virgen y á todos los santos cuando me ví con esta piernita! y soltó nueva carcajada; — Amir le apretó la mano...
— ¿No me preguntan ustedes — dijo el señor Melgar interviniendo—de dónde diablos he sacado estos zopencos? — Maltrechos, reventados, dan más