Amir y Rrasi 211
ganas de darles la extremaunción que de lastimarse las manos, enseñándoles el látigo. Pero que —aña- dió -—todos están en este estado; los otros, como éstos. ¡Es lo que ha quedado de la guerra!
— ¿No había emigrado usted sus caballadas? — le preguntó Amir suavemente.
— Tarde se me ocurrió pensar en tal cosa, y cuando ya estaba para pasar la frontera, una partida ene- miga me los arreó, ¡ Dios los confunda ! Siempre que eu adelante se sosieguen y nos dejen trabajar en pazlo..
— Así tendrá que ser—exelamó Amir. Una nueva guerra sería una temeridad.
— ¡Bah! — si al menos se pudieran contar unos cuatro ó seis años en calma, todo iría bien. Este cs cl país de las revueltas, amigo Amir.
Amir rió con pena.
— Vamos á dejar que pasen los seis años que usted da como término de esta paz... — exclamó.
— No, amigo; supongamos que sean siete... En ese intermedio ya tendremos tiempo de andar lo desandado. Y así, así siempre, con una guerra tras otra guerra... ¡Vaya una disposición de ánimos! Apenas se acaba una y ya se empieza á hablar de otra, ¿Que dirán de nosotros en el extranjero?... —Dirán que somos ** cuatro gatos y rabio... ””
— ¿Rabiosos?...
Se oyó fuerte carcajada y Panchito dijo á mane- ra de sentencia: —“* Pues quien dice la verdad no merece castigo ””. Pero ¡vea no más la parada del gaucho !|—añadió. En cuanto empiece otra gue- rra, allá me voy á zambuyir la otra pierna y... ¡hasta la cabeza! ¡La pucha! ¿quién dijo miedo? Si mientras no le llega la hora, no se muere naídes, señores.