Amir yíArasi
213 el día de su santo. Amir, arregló los desperfectos ocasionados en la Casa blanca, compuso los alam- brados que estaban en el suelo, y se apresuró á traer el ganado que había llevado oportunamente al Brasil, una escasa punta de reses.
Panchito, activo como siempre, olvidaba cons- tantemente que tenía una pierna postiza, en virtud de que ya se había habituado á llevarla con gran facilidad. El pobre Panchito, que recordaba los dolorosos momentos pasados en esas marchas lar- guísimas é interminables de los ejércitos en acción, cuando, como medio más preservativo contra el trío, la lluvia y las mil vicisitudes que maltratan al soldado, llevaba el frasco á los labios sedientos, hasta chupar la última gota y al extremo de embria- garse, empéñase ahora en hartarse de mate amargo, como en una tiránica compensación. Entonces, búr- lase traviesamente de su pierna postiza, ¿Qué palo es éste? — exelama golpeando el suelo con la pierna misma. — Vaya si estoy marcado... Las langostas que vinieron á dar por estos pagos, pocos rneses antes de la guerra y como anunciando ruina, no se fueron sin darme qué hacer y en una de aquellas veces en que yo embarullaba á medio mundo gol- peando con alma y vida en una lata de kerosene, “vino una saltona temprana y me picó en este dedo chico... Si, señores — remataba Pancho — yo pued» asegurar que esos bichos pican fuerte, cuando se les da la gana ó cuando tienen mucha hambre. Y miren que no miento. Y añadía: Para que siga el cuento: la revolución me ha birlado una pata y ¡sapos y cu- lebras! la que venga ahora me atrapará la cabeza... Pero ché—añade—ché Amir ¿sabés que te encuen-