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Amir y RArasi 25

los agujeros de regular tamaño y de todas edades que coronaban la copa.

Este endiablado chapeau. que en manos de su dueño. se había liquidado en un gorro de dos picos, era un inseparable amigo del muchacho, que ya había rehusado apremiantes ofertas, que hubieran dado al traste con el desvencijado adminículo. Pues... empezó á decir Panchito apretando el “cha- peau”” entre sus morenos dedos. — pues... salí del pueblo y como era ya tarde- pa dir á casa me juí á sacar los pichones de los nidos que hacen los vente- veos en... ¡pa ajuera. ayá pa aquel lao del pueblo!

Cazé tres pichones y depués... Depués ¿pa qué los quería. si son más sucios y más... ?


— ¿Qué les hiciste? — preguntó Jova estreme- ciéndose, y adivinando una travesura sangrienta.

—Pué... dijo Panchito indeciso. — Mejor era que muriesen, así no se caían del nido y yo... los casé del pescuezo haciéndoles abrir el pico y los tiré contra las piedras.

— ¡Oh, Dios mío! — exclamó Jova. ¡ Alvaro! aquí no hay regeneración posible: este muchacho no tiene sentimiento..

—Don Alvaro soltó una carcajada.

— Si te digo lo que ayer ví — exclamó en voz más baja — dirás más aún.

— ¡Qué hacía ayer?

— Ayer, había echado á la vela á los mismos po- Muelos que ultimó hoy.

— ¿Cómo?

—Pues, ayer, cogió unos trozos pequeños de maderos secos, colocó encima á los inocentes paja- ritos. y, allá se fué todo al río.

— ¡Qué malignidad! ¿y luego?