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44 Margarita Eyherabide

CAPÍTULO VII

Un silencio extraño, inusitado sobre todo, nótase en la casa blanca. — Pasemos la tapia de un jardín; sigamos una amplia vereda, agradablemente adornada á ambos lados, por hileras de bananos y naranjos. Entremos en un corredor; — pasad... por aquí... así.

Ya está; ya hemos llegado.

Escuchemos, sin temor de ser indiscretos; hablan ahí dentro, en la pieza contigua. ”

Una voz de dulce y armonioso timbre, ligera- mente emocionada, pregunta:

— ¿No será nada, pues, señor doctor ?

En perfecto portugués y con acento amabilísimo, una voz también suave, responde:

— No tema la señora; es poca cosa, y luego, como dirigiéndose á una persona enferma: ¿Un tanto de pesadez en la cabeza? pregunta. ¡Ah! pero no ha sentido aún, agudas punzadas y esta misma pesa- dez que experimenta es bien tolerable ¿no es verdad ?

¡Ah! — continuó entonces el doctor golpeando amistosamente en la espalda, al paciente y vol- viéndose de nuevo: riendo.

— ¡Mimos!... la señora lo mima demasiado y el amigo se hace adorablemente el enfermo —la dijo riendo.

El doctor prorrumpió en una adorable carcajada de satisfacción. La señora se aproximó al lecho.