Amir y Rrasi 45
— Querido amigo — murmuró — ¿ves como pode- mos ir á sentarnos bajo la glorieta de campanillas, mientras" Amir, persigue, por seguir su moda, las amarillas mariposas, qué, según él dice son nuncio de próximas desazones?
Sí, sí, murmuró el médico. ¡Nada de encierros! El aire, la luz, el sol. He ahí la parte primera y principal de mi receta.
— ¡Qué alegría! —y la misma voz armoniosa, dijo. eon mayor acento de ternura: ¿Oyes lo que dice el doctor, Alvaro?
Y, ligeramente, añadió, como si una nube de tris- teza hubiera empañado la armonía de su voz: — No sonrías así; no es esa, una sonrisa condescendiente ¿sabes que te reñiré?
— Señora — dijo el doctor, mirando gravemente al enfermo — hágalo usted; — proporciónele dis- tracciones y eviten sobre todo, que experimente emociones que lo hagan sentir demasiado.
-—¡Oh! ¿cómo no hacerlo así? Y ¿cuándo cree usted (que estará completamente restablecido? pre- guntó nuevamente la voz encantadora.
—Muy pronto. muy en breve — repitió el médico, levantándose.
—Doctor... A las diez ¿no es así? lo llevamos al jardín y allí, quieras que no, tomará el sol, por- que. se lo confieso á usted doetor, es un empecinado.
—Rió y preguntó, volviéndose gentilmente: — ¿ Tendremos el placer de tener á usted hasta la tarde?
— Así lo haría, si cumpliera estrictamente el deseo de mi corazón que está lleno de amistad hacia ustedes. Pero mis enfermos me esperan y es impres- cindible necesidad del médico, ir allí donde el deber lo llama.