46 Margarita Eyherabide
-——Se marcha usted! —— como quiera, nos habla usted en nombre del deber y no lo retendremos, ciertamente.
Cogió el médieo, su sombrero y su bastón, saludó al paciente primero como médico, recomendándole el uso de sus medicamentos y luego como amigo haciéndole de nuevo una vaga alusión como á un niño mimado. Inclinóse correctamente ante doña Jova y salió de la estancia seguido de Amir, que había permanecido durante la visita médica, con la vista clavada en la faz de su padre y ahogando pertinaces suspiros.
Cuando estuvieron en el corredor que ya eono- cemos. Amir tomó por un brazo al médico y le pÉe- guntó resueltamente: Dígame, doctor, lo que tiene mi padre. Pero, dejando que su voz adquiera un timbre más suave, replicó inmediatamente: — Doe- tor ¿papá está grave?... —
El médico miró detenidamente al joven y, con delatadora pesadumbre, exclamó, como si hablara consigo mismo: ¡Cuán joven es!
Amir sintió una impaciencia llena de despecho ¡era tan violento algunas veces !
— Soy un muchacho ¡vamos! si lo quiere usted — dijo destempladamente.
El médico sonrió.
— Joven —le dijo —no es el médico el encar- gado de curar la enfermedad de su señor padre.
Amir desplegó los labios con dolorosa sorpresa : ¡Ah! exclamó con impresionante acento — ¿donde reside ¡Dios mío! la enfermedad de papá?...
El médico permaneció silencioso, como reflexio- nando. —¡Ah! — murmuró otra vez Amir ¡doctor! yo curaré á mi padre. El viejo doctor que era un