30 Margarita Eyherabide
— Grande. es mi satisfacción al volver de nuevo á esta casa, é inelinándose nuevamente: — Mi es- posa... mi hija...
— ¡Oh! mucho gusto... dijo amablemnete doña Jova y añadió: ya amaba á usted, señora, antes de conocerla y deseaba vivamente tratarla, más, cuando pude escuchar alabanzas hechas en honor de sus virtudes.
-— Esta vez le tocó inclinarse á la dama brasilera, y en el idioma de Camoens, respondió á la caste- Mana: — Muchas gracias; es usted muy amable, señora. *,
Doña Jova se adelantó para conducir á sus hués- pedes al comedor de la casa blanca.
Amir. qué, escondido en su cuarto había abierto una ventana y curioseaba lo que pasaba en el jar- dín, no dispuesto á recibir visitas y con ánimo de pertrecharse por dentro y no dar señales de vida, corrió la vista del señor á la dama y de la dama á la niña, que le pareció muy mona... ó monona. +.
— ¡Ah! murmuró el joven golpeando el suelo con el pie. El señor González, González... ¡Goncalves! —Sí, Goncalves ... ¡Caramba ! — un amigo de mi padre, nn antiguo amigo de papá. Es preciso que el hijo de su hermano, le haga con su madre. los hono- res de la casa. Y Amir hizo nna mueca; —el joven era muy exelusivista y bien poco condescendiente cuando uo se hallaba verdaderamente satisfecho ó dispuesto.
Cuando doña Jova entraba al comedor con sus acompañantes, Amir abandonaba su alcoba para salir á recibirlos. El señor Goncalves, hizo un gesto de encantador asombro, como si estuviera en pre- sencia de un hijo suyo á quien no viera desde