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Margarita Eyherabide


Monta una jaca vieja y de aspecto pobrísimo, ridícula por todos conceptos, al extremo de que cuantos le ven en ese flete gritanle, golpeándose la boca á guisa de burla: ¡Panchito en la guacha!... ¡Panchito en la guacha!

El muchacho puso su maltrecha cabalgadura al paso de la de don Alvaro.

— ¿Qué tal Panchito? murmuró el señor. Y aña- dió: ¿Piensas presenciar la faena, sin novedad... ? — ¿la que te atañe personalmente ?

Panchito contrajo los labios en una mueca guaso- na y respondió:

— Padre, no me pilla hoy pu acá no señó. Ayer, porque no quise carpir la quinta con madre y Tri- nidad y Juanita, cuasi cuasi me da una...

¿ Y te escapaste? — inquirió don Alvaro ¿cómo?

— ¡Ya! — murmuró el muchacho haciendo chas- quear el látigo con que castigaba á su sucio rocín. — Disparé pal campo y ¿sabe? padre atrás. ¡ Y yo adelante, y padre atrás y atrás y atrás!... El muchacho hizo una mueca que bosquejaba la viec- toria de una escaramuza, y continuó : Pero yo corría más ¿sabe? y entonse, cuando lo vide que se golvió me metí en una zanja entre las espadañas y me eché á descansá pa matá el tiempo...

— Diablo de muchacho — díjole don Alvaro mi- rándole semi enojado, semi risueño — ¿no es mejor carpir la quinta con tu madre y tus hermanas que andar correteando eomo un gamo y recibir por ende una fenomenal paliza ?

— ¡La pucha si es ansina como usted dise, patrón! Si aquel día del arroz, cuasi me mata ¡me mata!

—¡Ah!— y don Alvaro miró al muchacho con lástima. Luego rogó: Cuéntame eso, lo del arroz.