Amir y Arasi 81
— Oh, sí! — y la dama brasileña plegó sus labios en el más lindo mohín que intentara una madre amorosa — mi César y Siñasiña son mi encanto, mi dicha ¡los adoro! — añadió.
Más encantada miró doña Jova á su amiga.
— ¡Oh! — le dijo — eontinúe. se lo ruego... Cuando veo á una mujer expresarse de esa manera, me digo embelesada: Estas son las verdaderas madres.
La dama brasileña se ruborizó ligeramente.
-— Yo desearía eontinuó diciendo doña Jova, que este niño se educara como conviene á un joven... ¡Ah !—interrumpióse y su rostro se turbó como si el padecimiento fuera demasiado eruel. — ¡Dejadme!. echó la cabeza hacia atrás y bro- taron una á una pertinaces lágrimas de sus ojos.
— ¡Ah! continuó. impotente para reprimir su dolor, y como si fuera preciso una confesión para confortar su ánimo, tras aquel imprescindible des- ahogo. ¡es que mistifico mis sentimientos! ¡es «que la sonrisa que asoma á mis labios. es la mueca que oculta mi sufrimiento atroz! murmuró.
Las lágrimas, como la risa, son contagiosas y así, comenzaron á deslizarse cautelosas por las mejillas de doña Delia, lágrimas perladas, como un rosario de filigranas que rompen el hilo y en vano hacía doña Delia esfuerzos sobre sí misma, intentando consolar á su amiga.
La desconsolada viuda, temió hacer un papel desairado; incorpórose en el sillón, secó sus lágri- mas; y con amable gentileza, no exenta de un dejo tan amargo como la desesperación que aún ocul- taba otra vez, dijo: — Perdone usted señora, pero, enando encuentro una eriatura buena, una criatura