$8 Margarita Eyherabide
eapaz de comprender tamaños dolores, siento una necesidad imperiosa de confesarle mis pesares y de decirle lo que padezco.
--—¡Pobre amiga mía! y doña Delia tomó una mano de doña Jova. — Sufre usted mucho; — llore siempre y no intente ocultar las lágrimas, que ellas constituyen el mejor lenitivo porqué son el mejor consuelo del triste.
Voces cercanas, esencháronse del lado del jardín.
— Probablemente venimos á interrumpir la con-
versación de ustedes. señoras, murmuró sonriente el señor Goncalves detenióndose en la puerta con urbanidad. o tal, señor. ¡Pase!... y doña Jova mur- muró ese pase con la encantadora amabilidad que hace más Jenta la pronunciación de las últimas sílabas y termina aún con la doble pausa del punto suspensivo,
Ha de ser delicioso vivir en una casa de campo tan bien situada—-continuó el señor Goncalves,
que era muy expedito en el hablar y rara vez per- maneecía callado.
— No tanto ¿verdaderamente lo cree usted como lo dice? preguntó doña Jova.
-—$Si bien, hoy, puede usted decir: No tanto. Pero, descuide usted señora; quizá en épocas no lejanas si mis vaticinios no resultan nulos, el ferro- carril con la fuerza del progreso vendrá á implan- tar adelantos nuevos. — Entonces, señora, tendré la satisfacción de venir á dar á usted mi enhorabuena. Artigas, el pueblo de Artigas, pequeño y expuesto, será un centro de comercio, eréalo usted. Hoy... ¿qué vale hoy?...