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Amir y Arasi 89

— ¡Bal! — interrumpió Amir desdeñoso — unas enantas casas suplantadas en un rincón. Si tiene algún mérito hoy — eontinnó enton- ces el señor Gtoncalves —es por su asiento, á orillas del río Yaguarón y frente á la ciudad del mismo nombre. Esto lo digo, como brasileño, sin pretensión, pero, Yaguarón es una bonita ciu- dad. adelantada.... ¡En fin! y el señor Gon- calves hizo un gestecillo un poco raro.

Doña Jova volvió á sonreir eon su sonrisa triste.

— ¡Ah! — murmuró — también Alvaro partici- paba de esa esperanza. Muchísimas veces me dijo: Hija mía —el día que la línea del ferrocarril se extienda hasta Artigas... y no proseguía el pobre, como no osando hacer amplia manifestación de sus pensamientos ó suposiciones. — Y luego añadía : Artigas, hoy... ¡ah! ¡hoy esto es una desgracia!

Muchas veces también — continuó diciendo doña Jova. — Amir me ha pedido que lo vendamos todo á cualquier precio y nos vayamos á Montevideo. Si hiciera tal cosa, creo que sentiría toda mi vida la sombra de un remordimiento. ¿Cometeré yo — habíame dicho Alvaro — la imprudencia de vender esto para que mañana mi hijo me reerimine por mi falta de penetración en el porvenir? ¡Cuántas veces nos engañamos, sorprendidos del presente y teme- rosos de lo que vendrá!

— Pasarán muchos años, sí, muchos — dijo el señor Goncalves con el acento de un vaticinador pero... vendrá. — Sí; tendremos el ferrocarril


dentro...

— ¡Oh! no vaya usted rezagado, señor, murmuró sonriendo, doña Jova.

— No me aventuro demasiado. Veámos— y el