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Daireaux no hubiera podido nunca ofrecernos libros tan vivos y valiosos como sus Tipos y paisajes criollos, como sus Cuentos pampeanos, que aparecen periódicamente en el Suplemento Ilustrado de La Nación, como la curiosa y rica colección de fábulas que hoy se incorporan á nuestra Biblioteca.

Y esa connaturalización íntima —se ve en cada página que escribe, el amor de Daireaux á esta su segunda patria— es lo que permite reivindicarlo como escritor argentino.

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Desde los primeros momentos el campo lo atrajo como la gran usina en que se elaboraba el porvenir material de este país, como la fuente de riqueza que nos permitiría más tarde dar libre vuelo á nuestras ambiciones intelectuales, y también como un centro de «objetivación» original, peculiarísimo, lleno de la poesía de los hombres primitivos é ingenuos, y de la que rebosa de los espectáculos de una naturaleza grande y melancólica, primitiva é ingenua también.

Poco tiempo después de su llegada, en 1872, la pampa comenzó a verlo cruzar frecuentemente a caballo, fraternizar con sus hijos, interesarse por sus peculiaridades. El rancho, los cañadones, las colinas, las sabanas tendidas hasta el confín del horizonte sin una inflexión, la fogata del campamento improvisado, en que la llama barniza la cara atezada del gaucho y enreda sus luces en las barbas negras y pobladas, los bañados llenos de un hervidero de vida invisible, las fantásticas puestas de sol, todo, todo fue revelándole sus misterios y familiarizándose con él. Parecía como que hombres y cosas, en ese estado ingenuo y sin preocupaciones, con el instinto infantil, adivinaban al amigo, preveían al cantor de sus bellezas y bondades.

Y en esa frecuentación, Daireaux desarrolló en sí mismo dos entidades: la del hombre práctico que ha podido realizar obras tan útiles como La Cría del Ga-