Ir al contenido

Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/186

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
186
Domingo F. Sarmiento

que permiten á un hombre corresponder siempre å su nueva posición por encumbrada que sea. Facundo se establece en Buenos Aires, y bien pronto se ve rodeado de los hombres más notables, compra seiscientos mil pesos de fondos públicos; juega á la alta y á la baja; habla con desprecio de Rosas, declárase unitario entre los unitarios, y la palabra «constitución» no abandona sus labios. Su vida pasada, sus actos de barbarie, poco conocidos en Buenos Aires, son explicados entonces, y justificados por la necesidad de vencer, por la de su propia conservación. Su conducta es mesurada, su aire noble é imponente, no obstante que lleva chaqueta, el poncho terciado, y la barba y el pelo enormemente abultados.

DOMINGO F. SARMIENTO Quiroga, durante su residencia en Buenos Aires, hace algunos ensayos de su poder personal. Un hombre, con cuchillo en mano, no quería entregarse á un sereno. Acierta á pasar Quiroga por el lugar de la escena, embozado en su poncho como siempre, párase á ver, y súbitamente arroja el poncho, lo abraza é inmoviliza. Después de desarmarlo, él mismo lo conduce á la policía, sin haber querido dar su nombre al sereno, como tampoco lo dió en la policía, donde fué, sin embargo, reconocido por un oficial; los diarios publicaron al día siguiente aquel acto de arrojo. Sabe una vez que cierto boticario ha hablado con desprecio de sus actos de barbarie en el interior. Facundo se dirige á su botica y lo interroga. El boticario se le impone y le dice que allí no está en las provincias para atropellar á nadie impunemente.

Este suceso llena de placer á toda la ciudad de Buenos Aires, ¡Pobre Buenos Aires, tan candorosa, tan engreída con sus instituciones! ¡Un año más y sereis tratada con más brutalidad que fué tratado el interior por Quiroga! La policía hace entrar sus satélites á la habitación misma de Quiroga en persecución del huésped de la casa, y Facundo, que se ve tratado tan sin miramiento, extiende el brazo, coge el puñal, se endereza en la cama donde está recostado, y en seguida vuelve á reclinarse y abandona lentamente el arma homicida. Siente que hay allí otro poder que el suyo, y que pueden meterlo en la cárcel, si se hace justicia por sí mismo.

Sus hijos están en los mejores colegios; jamás les permite vestir sino frac ó levita, y á uno de ellos que intenta