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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Con cuánta benevolencia cuidó la Reina del Cielo a su piadosísimo siervo, se entiende fácilmente por el hecho de que Ella usó de su ministerio para enseñar a la Iglesia, la Esposa de su Hijo, su santo Rosario; s saber, aquella oración que se hace al mismo tiempo mental y vocalmente -contemplando los principales misterios de la religión mientras se repiten quince Padrenuestros y otras tantas decenas de Avemarias- muy adecuada para excitar y mantener en el pueblo la caridad y todas las virtudes. Así que, con razón, Domingo aconsejó a sus discípulos que, al predicar la palabra de Dios, inculcasen a menudo y cuidadosamente en el ánimo de los oyentes esta forma de oración, cuya utilidad tenía bien experimentada. Sabía, de hecho, que María, por un lado, tenía tanto poder sobre su divino Hijo que no le da las gracias a la humanidad sino es a través de su mediación y decisión, y por otro lado, es ella es tan benigna y clemente por naturaleza que, siendo además solicita para socorrer a los necesitados, en ningún modo puede rehusar su ayuda a quienes la solicitan. Por eso, ella, a quien la Iglesia acostumbra saludar como madre de la gracia y madre de la misericordia, siempre ha demostrado serlo, especialmente cuando se emplea el Rosario. En consecuencia, los romanos pontífices no dejaron pasar ninguna ocasión para alabar el rosario mariano con los mayores elogios y de enriquecerlo con los tesoros de la indulgencia apostólica.

En verdad la Orden Dominicana -como vosotros mismos entendéis, Venerables Hermanos- no es ahora menos apropiada de lo que era en el momento de su Fundador.— ¿Cuántos, incluso hoy, son aquellos que por falta del pan de vida, que es la doctrina celestial, perecen por inanición? ¡Cuántos, en medio de tantos errores, engañados por una apariencia de verdad, se apartan de la Fe! ¿Y cómo podrían los sacerdotes, con el ministerio de la palabra divina, proveer según sea apropiado para todas estas necesidades, si no estuvieran llenos de celo por la salud de las almas y bien preparados en las ciencias divinas? ¡Sin decir que hay muchos desagradecidos y olvidadizos entre los hijos de la Iglesia, que por ignorancia o mala voluntad, oponiéndose al Vicario de Jesucristo,