representaban los caños del agua incrustados sobre las paredes y debajo de los pisos como gusanos que las hu¬ bieran carcomido. Él no me había visto, a pesar de que sus pelos revueltos parecían desconfiados y apuntaban en todas direcciones. Por fin levantó los ojos. Tardó en cambiar la idea de que me miraba a mí en vez de lo que había en los planos y después empezó a explicarme cómo las máqui¬ nas, por medio de los caños, absorbían y vomitaban el agua de la casa para producir una tormenta artificial. Yo no había presenciado ninguna de las tormentas; sólo ha¬ bía visto las sombras de algunas planchas de hierro que resultaron ser bocas que se abrían y cerraban alternativa¬ mente, unas tragando y otras echando agua. Me costaba comprender la combinación de algunas válvulas; y el hombre quiso explicarme todo de nuevo. Pero entró María: —Ya sabes tú que no debes tener a la vista esos caños retorcidos. A ella le parecen intestinos. .. y puede lle¬ garse hasta aquí, como el año pasado... —Y dirigiéndose a mí—: Por favor, usted oiga, señor, y cierre el pico. Sabrá que esta noche tendremos "velorio”... Sí, ella pone velas en unas budineras que deja flotando alrededor de la cama y se hace la ilusión de que es su propio "velorio”. Y des¬ pués hace andar el agua para que la corriente se lleve las budineras. Al anochecer oí los pasos de María, el gong para hacer marchar el agua y el ruido de los motores. Pero ya estaba aburrido y no quería asombrarme de nada. Otra noche en que yo había comido y bebido demasia¬ do, el estar remando siempre detrás de ella me parecía un sueño disparatado; tenía que estar escondido detrás de la montaña, que al mismo tiempo se deslizaba con el silencio que suponía en los cuerpos celestes; y con todo me gus¬ taba pensar que "la montaña” se movía porque yo la lle¬ vaba en el bote. Después ella quiso que nos quedáramos quietos y pegados a la isla. Ese día habían puesto unas 245
Página:Felisberto Hernandez. Obras completas Vol. 2.djvu/237
Apariencia