Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1043

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comentario y los lineamientos históricos, a los cuales la pluma del periodista daba forma adecuada en una fluída prosa. Estos artículos fueron reunidos después en un volumen que apareció en nuestra capital bajo el simple título de “Artigas”.

Todavía dirigiendo “La Razón”, después de haberla prestigiado con su doctrina y con su nombre, lo alcanzó la revolución de marzo de 1886, movimiento que el gobierno de Santos debeló, poniéndole fin en una sola batalla librada en los palmares de Quebracho, el 31 de marzo.

La era de reacción política inaugurada por el presidente general Máximo Tajes, ese mismo año 86, hizo que C. M. Ramírez pudiera acercarse a los hombres de gobierno para colaborar con ellos en la obra de restauración institucional, y en ese orden de ideas, el 11 de agosto de 1887, siendo canciller el Dr. Ildefonso García Lagos, se le acreditó una nueva vez como plenipotenciario en el Brasil. Presentadas sus credenciales a Pedro II el 21 de agosto, estuvo al frente de la legación hasta el 23 de diciembre, fecha en que se retiró de la Corte. Las causas de ello habría que buscarlas en la decepción que pudo haber experimentado el Ministro en vista del poco éxito de una gestión que había imaginado factible, a la vez que rápida y lucida. Pero el Barón de Cotegipe, canciller del Imperio, que no contaba entre los estadistas brasileños bien dispuestos hacia nosotros, halló modo de interferir los propósitos de Ramírez, sobre todo en su principal objetivo, o sea en la guerra arancelaria desatada contra el tasajo de los saladeros uruguayos.

Volvió a la República para ingresar a la Cámara en 1888, como representante por el departamento de Treinta y Tres, en la 16ª legislatura, y en la 17ª, en 1891, fué electo por Montevideo. Antes de concluir su período, sin embargo, el presidente Herrera y Obes lo trajo a ocupar el Ministerio de Hacienda, el 2 de mayo del mismo año.

No todos sus correligionarios constitucionalistas vieron con agrado esta patriótica designación, y mucho menos el que Ramírez defiriese a ella.

Aceptado ya el alto puesto, y carente de razones para fundar un reparo, “El Siglo” manifestaba su duda de si Ramírez sabría poner la “cara de perro” necesaria para evitar muchos compromisos y muchas influencias, Era dignísimo de ocupar una secretaría de Estado, pero con tal de que no se le hubiera nombrado para ocuparla, conforme a la amarga Observación de Tácito...

La historia del llamado de Ramírez al Ministerio, su entendimiento con Herrera y Obes, y el desarrollo de su gestión en uno de los más difíciles momentos por que haya atravesado la Nación, constituye un bello capítulo de nuestra historia, particularmente honroso para el Presidente.

Obstaculizado Ramírez por una seria resistencia parlamentaria, el Mi-

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