Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1061

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días antes de aquella resolución, el 12 de junio, Francisco Redruello había sido ascendido al grado de capitán, atendiendo a sus méritos y servicios.

El hecho de no haberse dejado sin efecto un ascenso del cual se tomó razón el mismo día en que se proveía sobre el arresto y sumario del agraciado, inducen a suponer a Setembrino Pereda que las acusaciones de Lescano tuviéronse por baldías o que cuando menos debió haber sido absuelto de de responsabilidad inmediatamente. Abona en absoluto esta creencia, el hecho de que antes de transcurrir los tres meses de tan lamentables incidencias, el capitán Redruello estuviera nuevamente en servicio, tocándole ser muerto en la defensa de la Villa de Paysandú, cuando el 30 de agosto del año 11 f ue asaltada por una de las partidas portuguesas que, sin existir estado de guerra “horrorizaban últimamente la costa del Uruguay con sus estragos”.

No hace mucho, individualizado y puesto en sitio este oficial que cayó por la causa de la patria — gracias a las investigaciones y noticias reunidas por Setembrino E. Pereda — la Municipalidad de Montevideo incluyó su nombre en la nomenclatura de la ciudad.

Justa recordación desde luego, acaso lo subalterno de la vía elegida desdiga un tanto frente a la prioridad histórica del sacrificado capitán Redruello.


REGULES, ELÍAS

Médico, entusiasta campeón de nuestras tradiciones camperas, que cultivó la poesía criolla.

Vió la primera luz en Sarandí del Yí, en departamento de Durazno, en 1860.

Bachillerado en Montevideo, ingresó a la Facultad de Medicina donde obtuvo título en el año 1885.

Destacado entre la juventud que daba vida al movimiento cultural y liberal de la Sociedad Universitaria y del Ateneo, tuvo a su cargo las clases populares y gratuitas de ciencias químicas y físicas.

Designado catedrático de Medicina Legal e Higiene en las Facultades de Medicina y de Derecho, interinó en calidad de vice el decanato de aquélla en el año 1883 y por elección de la sala de doctores fué Decano titular el año siguiente. Su paso por la Facultad, prolongado hasta 1898, significaba algo así como una reacción contra el régimen que entonces primaba en la casa, implantado por su antecesor el Dr. J, M. Carafí y mal aceptado o incomprendido, tal vez, por los alumnos.

Al término de su mandato legal — 1898 — la necesidad de retrotraer la Facultad a la vieja senda era una evidencia para la mayoría del alumnado, en la persuación de que el ensayo “democratizar los estudios tenía que concluir”, El Decano, inteligente y simpático, carecía de con-

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