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SANCHEZ, FLORENCIO Antonio

Dramaturgo de categoría superior “que no ha tenido rival en nuestra escena en el arte de representar ambientes y dibujar tipos”.

Nació en Montevideo el 17 de enero de 1875, de Olegario Sánchez y Jovita Musante, uruguayos ambos. La casa donde vino al mundo — que se conservó hasta hace pocos años — era una de las casas de altos del edificio de Bonomi, conocido por Barraca del Portón, en el arranque de la calle Agraciada antigua, frente por frente con el cuartel General Artigas.

Aprendió a leer en Treinta y Tres, donde lo llevaron siendo un chico, y cuando tenía siete años pasó con los suyos a Minas, haciendo allí, sin aplicación, los grados corrientes de escuela pública.

En 1890, a los quince años, por empeños de familia, le dieron un empleo de escribiente en la Municipalidad, al mismo tiempo que publicaba — con seudónimo — en una hoja local, sus primeros ensayos periodísticos, páginas de crítica personal y molesta, que alcanzaban también a los munícipes de quienes dependía. Esta circunstancia y su ningún apego a las tareas de la oficina, trajeron aparejada su separación del empleo en marzo del 92.

Sin oficio ni beneficio, ni mayor voluntad para trabajo que requiriese esfuerzo metódico, pero resuelto a cambiar de ambiente, se vino a Montevideo y poco después marchó para la Argentina, donde consiguió, en La Plata, un modestísimo destino en la oficina de Estadística, a fines del año citado más arriba.

Clausurada la oficina en enero de 1894, viéndose en la calle y sin recursos, volvió a Montevideo para irse ganando penosamente la vida como repórter y sueltista en “El Siglo” y luego en “La Razón”, donde su director Carlos María Ramírez lo descubrió, como alguien dijo, entre el montón adocenado de “ratas de imprenta”, augurándole un lisonjero porvenir. De esa época son los cuentos firmados por Ovidio Paredes y las crónicas policiales, en que apuntaban ya los diálogos.

Blanco de tradición familiar, cuando Aparicio Saravia alzó la bandera revolucionaria en marzo de 1897, Sánchez, que había emigrado anticipadamente por vía Treinta y Tres-Bagé, se contaba en las filas del batallón “Patria”, plantel de infantería compuesto de gente pueblera.

Empujado a la revolución por fuerzas atávicas, mezcladas a la rebeldía que siempre anidó en su corazón ansioso de “cosas mejores”, aquellas aflojaron presto y claramente. Después de unos meses de campaña, impresionado por tantos cuadros, que vistos de cerca le resultaron atroces, y carente, por lo demás, de físico recio y de fibra de soldado, acobardado por los rigores del invierno, abandonó el ejército de Saravia después de la derrota de Cerros Blancos.

Vivió un corto tiempo en Santa Ana de Livramento, Brasil, y en esos

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