Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1156

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etapas de la carrera son muy confusos y el propio Santos, cuando trató de acreditarlos en forma legal satisfactoria en 1872, no pudo conseguirlo.

Hállase constatado, no obstante, que sirvió en el batallón “Sosa”, combatiendo a los revolucionarios blancos de Timoteo Aparicio en 1870-72, y que después de figurar un tiempo en la Compañía Urbana de Maldonado entró a continuarlos en la policía de Minas.

Los sucesos políticos del 75 dieron un vuelco total y favorable a su carrera, pues contó, desde el primer momento, con el apoyo del Ministro de Guerra entronizado gracias al motín del 15 de enero, coronel Lorenzo Latorre, con quien tenía antiguo conocimiento. Esta amistad y la confianza que depositaba en Santos, dió lugar a que el mismo día del golpe de cuartel se designara al sargento mayor graduado Máximo Santos, jefe del Batallón de Cazadores Nº 5, que se creaba en la fecha. El 19 de febrero se le concedió la efectividad, y el 21 de julio era promovido a teniente coronel graduado, previo reconocimiento de los servicios que no había conseguido probar ante el gobierno legal.

Latorre, que se proclamó dictador el 10 de marzo de 1876, obligando al presidente Varela a abandonar el mando, estuvo en ejercicio del poder discrecional hasta el 1° de marzo de 1879, fecha en que, unas cámaras votadas para el caso, lo consagraron 9° Presidente constitucional por el cuadrienio 1879-83.

En este oscuro y terrible ciclo de la vida nacional, Santos llegó a teniente coronel efectivo el 2 de enero de 1877, siendo el más firme y decidido sostén del dictador, que lo tuvo siempre a sus órdenes para utilizarlo, cada vez que fué preciso cumplir alguna comisión trascendente, cualquiera que fuese, pues no hay noticias que el jefe del 5º haya rehusado alguna. De esta manera, lo mismo se le halla preparando el golpe traidor en que finó Eduardo Bertrán, en una calle céntrica de Montevideo, que rumbo a Santa Rosa del Cuareim, junto con el Jefe Político del Salto, a dar cuenta del coronel Hipólito Coronado, aplicándole la ley de fugas. (Ver Hipólito Coronado).

Obediente e imperturbable, nada puede decirse de las ejecuciones misteriosas que tuvieron lugar en aquellos nefastos cuatro años, pero juzgando por su participación ostensible en otras, es dado inferir que no estuvo sin rol en alguna de ellas, cuando menos.

Pero el gobierno, que siempre concluye por gastar a los que lo ejercen, y más pronto a los que lo ejercen sin contralor ni medida, gastó también al gobernador Latorre. Sus coroneles y sus comandantes se iban cansando de vivir bajo la planta de aquel hombre atrabiliario y cruel, sórdido avaro que reservaba para sí todas las ventajas del poder y que — desconfiado de todos — los vigilaba a toda hora. Algunos, y Máximo Santos el primero de ellos, por más inteligente y más audaz, alzaban sus puntos de mira y no desconta-

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