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SARAVIA, APARICIO

Jefe militar del Partido Nacional, que tuvo preponderante rol político en la República en el transcurso de los años 1897 a 1904.

Nacido en Pablo Paez, departamento de Cerro Largo, en 1855, era el tercer hijo varón del brasileño Francisco Saravia, emigrado al Uruguay después de la revolución de los Farrapos de Río Grande.

Su natural despierto hizo que a los 13 años fuese mandado a Montevideo, como interno de uno de los buenos colegios de la capital, donde su padre deseaba hacerle adquirir una instrucción superior a la corriente de sus hermanos; pero como los deseos del joven eran marchar por los mismos caminos de libertad rural, escapó de la escuela y al cabo de dos meses se presentó en la casa paterna, en compañía de unos carreros a los que se había juntado en el camino.

Heredó a la muerte del padre una buena extensión de campo, y al lado de su hermano mayor llamado Gumersindo, se le halla en los días de la Revolución Tricolor, a fines de 1875, buscando modo de incorporarse a las fuerzas que comandaba el coronel Angel Muniz.

Cuando Gumersindo pasó al Brasil en febrero de 1893, como uno de los jefes de la revolución federalista, Aparicio formaba en la columna de gente armada que invadió por la frontera de Aceguá, y fué partícipe de todas las peripecias y alternativas de una guerra civil abundante en episodios de valor, pero ensombrecida con rigores y crueldades fuera de la época.

Muerto Gumersindo Saravia de un balazo en el pecho el 10 de agosto del 94, en un encuentro con las fuerzas del gobierno estadual, el Directorio de la Revolución, confirmando la decisión de los jefes militares, confirió al coronel Aparicio Saravia el rango de jefe del primer ejército libertador, al mismo tiempo que se le promovía al grado de general.

La muerte de Gumersindo acentuó de tal modo la declinación, ya iniciada, del movimiento armado federalista, que al nuevo general poco le fué quedando que hacer, si se exceptúa la tarea de salvar los restos de sus columnas en una retirada hábil, pero penosa y lenta, conforme procuraban hacerlo los demás jefes.

La pacificación definitiva del Estado de Río Grande demoró asimismo cerca de un año. Aparicio Saravia, por su parte, fué uno de los últimos en aceptar la amnistía, y solamente el 23 de octubre del 95 retornó a su país con un grupo de 30 hombres desarmados, por la misma frontera de Aceguá cruzada al irse.

Las autoridades no pusieron ningún obstáculo al regreso de aquel hombre “flaco, triste y pensativo” que volvía vencido después de tres años de ausencia, y que traía consigo un gran caudal de experiencia de la guerra criolla, peleada en

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