Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1196

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coronel Timoteo Aparicio, Carlos Soto y su hermano Héctor abandonaron todo para volver al país a incorporarse a sus correligionarios en armas. Distinguido por su valentía y su arrojo, fué gravemente herido delante de Montevideo en noviembre de 1870.

Después de celebrada la Paz de Abril del 72, el presidente Gomensoro lo designó Cónsul General de la República en Gran Bretaña, y mantuvo el cargo hasta setiembre de 1877 en que dimitió, agradeciéndole el gobierno los servicios prestados “con celo y asiduidad”.

En Montevideo distinguióse pronto por su sobria elegancia traída de Londres y una modalidad mezcla extraña de hombre de alta sociedad y criollo de pañuelo al pescuezo. Dados los vínculos que ligaban a su padre y su hermano con el jefe del gobierno, Carlos Soto ingresó en el círculo de los allegados al dictador, que simpatizando personalmente con él, lo utilizó, medio como secretario, medio como consejero.

No extrañó a nadie esta elección, pues Latorre, en su período de mando, no había hecho de la cuestión partidista una cuestión de primer plano, y más bien puede decirse que gobernó al margen de ambos bandos tradicionales, bastante apoyado por los blancos a mérito de ser la fracción conservadora y clerical, y por el elemento católico.

Además, el ex - cónsul estaba en condiciones de asesorar, en múltiples cuestiones, a Latorre, formado en la guerra y en los cuarteles.

Pasado algún tiempo, Soto, cuya exaltación banderiza corría parejas con sus ambiciones, parece que se arriesgó a explorar el ánimo de alguno o algunos de los militares que rodeaban al dictador, pulsando su fidelidad, aunque de un modo muy indirecto. El temor de tal o cual de los jefes de caer en sospechas si se transparentaba algo, permitió a Latorre enterarse de lo que sólo eran — por el momento — nada más que vaguedades, y desde ese instante la condena de Soto quedó pronunciada.

La noche de un día que pudo ser el 31 de enero o el 2 de febrero de 1879, Carlos Soto fué muerto, y según todas las probabilidades, el crimen tuvo por teatro una pieza del antiguo cuartel de Dragones, en el comienzo de la calle Sarandí.

Se ignora de modo absoluto, en este terrible episodio, como en todos los similares de aquella época siniestra, el desarrollo del suceso; y la corriente versión, lanzada por el coronel Américo Fernández después del derrocamiento de Latorre, de quien era íntimo amigo, protegido y su compañero en los días de Yaguarón, versión tendiente, por lo demás, a perjudicar al coronel Máximo Santos y al comandante Máximo Tajes — particularmente odiados por Latorre — carece de todo fundamento serio.

Latorre, que fué el último en morir, murió con el dedo puesto sobre los labios, y sus cómplices en el gobierno que podían haber sabido algo, no tenían ningún interés en que la

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