Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1209

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bró, con jerarquía de comandante de milicias, Jefe Político interino de Tacuarembó.

El cambio de gobierno vino a desplazarlo de su puesto, y Suárez volvió a su estancia de la costa norte del Río Negro, en el departamento de Tacuarembó.

Era ya un caudillo obedecido en el pago, y en las elecciones de diputados de noviembre de 1857, el Jefe Político Pedro Chucarro lo acusaba ante el presidente Pereira de haber sido el principal promotor de los desórdenes que ocurrieron, por lo cual pidió pasaporte para el Brasil...

En seguida se produjo el levantamiento del general correligionario César Díaz, y Suárez, introduciéndose por la cuchilla de Haedo, levantó gente en armas junto con Eufrasio Bálsamo y Trifón Ordóñez.

El rápido vencimiento del general Díaz lo hizo regresar fugitivo al Imperio, y entonces puso una carnicería en Santa Ana de Livramento, esperando que sonara la hora de la revancha.

Esta llegó cuando, en abril de 1863, el general colorado Venancio Flores trajo la invasión a la República. El comandante José Gregorio Suárez, apalabrado de antemano y pronto con sus hombres, se le incorporó el 24 del propio mes, atravesando la frontera del Brasil por el Paso del León en el río Cuareim.

La presencia de Suárez en el ejército revolucionario significó la adquisición de un jefe activo, despierto a toda hora, de probado valor, y sin más preocupación que las cosas de la guerra.

Operando en sus pagos tacuaremboenses, después de ocupar San Fructuoso, el comandante blanco Timoteo Aparicio le infligió la derrota de Pedernal, el 9 de setiembre del 63. Suárez sostuvo un encuentro a lanza con el jefe enemigo, y fué preciso retirarlo del campo desangrándose por una porción de heridas. Se curó en el Brasil, bien pronto, para volver a unirse a los suyos, obtener victorias y añadir a su historia de soldado, próxima a terminar la guerra civil, el cruel episodio de Paysandú. Como se sabe, Suárez, por sí y ante sí, ordenó al capitán Francisco Belén el fusilamiento del valeroso general Leandro Gómez, jefe de la guarnición recién vencida, que se había entregado prisionero bajo la natural garantía de la vida, el 2 de enero de 1865, del comandante Juan M. Braga y del capitán Federico Fernández.

Hecho sin justificativo alguno, configura un extravío que la historia no puede atenuar, y arroja una sombra sangrienta sobre el triunfo de las fuerzas revolucionarias. (Ver Leandro Gómez).

Suárez, por su parte, con una entereza de espíritu que, al fin, lo honraría, ante el triste común de los que — civiles o militares — buscan transferir sus culpas aunque sea a un inocente, o se escudan en la socorrida cuanto indigna “obediencia debida”, aceptó de lleno y totalmente

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