Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1221

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muy bonitos, pero que lo difícil es cumplirlos. Yo he formulado el mío, y prometo que lo cumpliré cueste lo que cueste. Tengo, señores, muchas ambiciones, grandes ambiciones, pero no para mí que hasta los entorchados me pesan, sino para la patria. He de hacer la felicidad de la República, lo prometo solemnemente, pero para ello es necesario que todos me acompañen porque de todos necesita la patria en los momentos actuales”.

De esta manera — el puente entre dos épocas — el paso que el más consumado estadista no habría podido dar sin peligro, lo dió el general Tajes “con la serena soguridad del soldado oscuro y taciturno que había sentido en el alma a su país”.

Al terminar su período, en un manifiesto — invitación dirigida al pueblo para rendir al general Tajes un homenaje y al pie del cual la primera firma era la de José Batlle y Ordóñez, — se decía entre otras cosas de su conducta política y de su administración, lo siguiente: “Su gobierno ha sido de paz y fraternidad dentro del orden legal; de vida institucional amplia y eficazmente garantida, de desarrollo de las fuerzas productoras de la República, con bases y estímulos fecundos en el presente y proyecciones grandiosas para el porvenir...”. “La acción política que ha ejercido como gobernante desapasionado y sereno vincula su vida civil a su vida de soldado por el recuerdo de aquella ecuanimidad que en el campo de batalla ahorró orfandad y luto a la familia oriental, enalteciendo su nombre de vencedor generoso”. “Vuelve con la frente alta, como simple ciudadano al seno del hogar, rompiendo de una vez para siempre el molde en que se vaciara la funesta tradición del personalismo, que cohibía los derechos y unificaba voluntades con un fin liberticida”.

El general Tajes había cumplido como bueno lo que, en 1887, tenía escrito a Héctor F. Varela: “No me conocen los que pueden creer que falte a mis promesas. Tengo el sentimiento del deber y las alturas del gobierno no me marean...”

En la elección presidencial de 1894, la candidatura de Tajes tuvo una notable simpatía en algunos sectores de opinión, y fué el hecho de tratarse de la candidatura de un militar, el más serio y casi el verdaderamente decisivo obstáculo que se presentó en el camino. Cuatro años de civilismo eran muy pocos para atemperar el recuerdo de los presidentes de espada.

Llegado el 10 de marzo, los asambleístas que respondían a la candidatura de Tajes sufragaron por Tomás Gomensoro, uniendo sus votos a los de otros sectores minoritarios, de modo que el nombre del ex-presidente no tuvo mención en los 39 escrutinios que precedieron a la elección de Idiarte Borda, el cual recién logró “quórum” el 21 de marzo.

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