Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1264

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blicó en 1874, en dos tomos, su primer libro “La Educación del Pueblo“, obra de importancia capital, como obra de propaganda y de convencimiento, demostrativa al mismo tiempo de los conocimientos con que Varela afrontaba uno de los más complicados problemas político-sociales.

Los regresivos acontecimientos políticos de enero de 1875 — abatido el orden institucional — llevaron a la Junta Municipal de Montevideo a un hombre de malos antecedentes cívicos pero inteligente y activo, José María Montero, a quien las cuestiones escolares parecían interesar vivamente. Antiguo amigo de José Pedro Varela y su compañero de luchas periodísticas en “La Paz“, no le eran desconocidas ni sus ideas ni sus proyectos.

Autoritario y ejecutivo, por indicación y pedido de Montero, un decreto del 14 de abril de 1875, abatiendo el Instituto de Instrucción Pública, centralizó los cometidos de éste en la Comisión de Instrucción Pública de la Junta E. Administrativa. Montero formaba parte de la Comisión y con este motivo vino a ser director del ramo escolar en todo el país.

Proclamado dictador el coronel Lorenzo Latorre, llevó a Montero al Ministerio de Gobierno, y vacante su alto cargo en la dirección escolar, empeñóse con José Pedro Varela para que aceptara un puesto donde, precisamente, estaría en inmejorables condiciones de llevar a la práctica los proyectos de reforma de que ya habían conversado tanto.

Gravísimo debió ser el dilema que se planteaba a un principista ultra, ante ese ofrecimiento venido de un militar perjuro y torvo, convertido en gobernante discrecional de la República. En el primer momento rehusó el cargo; pero luego se avino a aceptarlo “haciéndole árduo sacrificio de legítimos escrúpulos y de fundadas resistencias”, decidido a servirlo fielmente en la medida de sus facultades, y mientras creyese que lo podía hacer “en pro de los intereses públicos y sin mengua de la dignidad del ciudadano y del hombre”.

El 29 de marzo de 1876 entró Varela a desempeñar el cargo — entonces gratuito — de Director de Instrucción Pública. El 31, a su pedido, se nombró la comisión que debía prestarle su concurso.

La aceptación le acarreó un extraordinario cúmulo de censuras, que le amargaron la existencia y algunos amigos llegaron hasta a desconocerlo y negarle el saludo. El mismo se daba cuenta de que había adoptado una posición difícil de comprender dentro del corriente sentir humano, y se defendía con la magnitud y grandeza de su obra: “Yo no soy en mi tierra sino educacionista. Prescindo de la política, porque la política compromete el progreso de la escuela en que está únicamente la salvación de la República... Sé que mi actitud contribuye a prestigiar la dictadura, pero sé también que si por ese lado hago mal a mi país, por otro lado le hago mucho bien,

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