Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1309

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existentes en nuestra literatura, dentro de la modalidad de un naturalismo zoliano del que venía a ser el primer representante en el Uruguay. “Poseedor de las mismas virtudes y de los mismos defectos de la escuela”, mezclaba cierta dosis de pedantería científica ingenua, residuo tal vez de los lejanos días en que leía libros de materia médica, que pretendía dar a sus producciones carácter de estudio. Falla generalmente, — siempre en opinión del mismo crítico — cuando entra a explicar sus personajes o a razonar sus hechos y el pesimismo sombrío que campea en sus páginas presenta la vida de nuestra campaña en un solo aspecto — el malo — y con “una barbarie desolante”, “pero sus cualidades pictóricas, la verdad de sus descripciones y el vigor de sus relatos bastan para dar a su obra palpitante realidad y valor literario positivo”.

A los dos lustros de una producción pareja y más o menos acompasada “en que el talento del escritor se mantiene", Javier de Viana entra en período de crisis: periodista nuevamente en Treinta y Tres, abandona pronto las tareas; se mezcla en política, toma parte en la revolución nacionalista de 1904 — lo que no había hecho en 1897 — y las fuerzas del general Muníz lo toman prisionero y se le conduce enfermo a Montevideo.

Radicado en Buenos Aires, las urgencias de una vida poco centrada lo obligaron a llenar semanalmente carillas y carillas, para cumplir los compromisos sin espera de las revistas donde colaboraba. Y entonces, siempre sobre semejantes temas camperos y delante de los paisajes familiares de toda la vida, debió tornarse, por necesidad, repetidor y flojo.

Con estas páginas reunidas se formaron los tomos subalternos de “Cardos”, “Macachines”, “Leña Seca”, “Yuyos”, etc., pero donde algunas veces — palabras de un critico — entre la novillada de cuentos le salió un torazo digno de los bocetos magistrales de “Campo”.

Sabedor de esa tarea de galeoto donde Viana se agotaba a ojos vistas, precisamente a la hora de la declinación, el Dr. Baltasar Brum, Ministro de Instrucción Pública en la presidencia de Batlle, se interesó por dar fin a aquella vida aleatoria, ofreciendo al escritor el cargo rentado de bibliotecario de la Sección de Enseñanza Secundaria de la Universidad. Viana hubo de aceptar, pero antes de llegar a ocuparlo, influencias capaces de explotar sus pasiones partidistas, lo indujeron a preferir el destino similar que le daría una asociación privada montevideana.

Las mismas pasiones banderizas que, el día en que quiso escribir historia, pusieron de manifiesto su falta de probidad y su irrespeto para los adversarios, a quienes insulta de modo soez.

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