Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/134

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tomado el lugar de Otorgués, mereciera generales plácemes; pero no hay que creer tampoco que todo estuviera mal hecho hasta entonces, pues tal supuesto y una parte de los excesos de Otorgués no pasan de una invención enherbolada del núcleo español, realista impenitente, a quien la derrota le amargaba la sangre, reducido a la impotencia cuando los patriotas ocuparon Montevideo.

Según expresas instrucciones de Artigas, dió participación en el manejo de los asuntos comunes al Cabildo y principalmente en lo económico. Enfrenó los malos elementos imperantes, expulsándose a varios y llegándose hasta ejecutar algún notorio foragido, puso límite a los gastos y orden al régimen tributario. Secundó la tarea de Larrañaga empeñado en organizar la Biblioteca Nacional, dió tono civil al gobierno, ensayó mejores tácticas con los españoles y realistas, y una aurora de paz y de concordia parecía anunciarse para la capital.

Las primeras fiestas mayas del año 16 y la inauguración de la Biblioteca proclaman el buen gobierno de la era artiguista, y todo lo que tuvo de criminal la campaña pare destruir la obra de aquel hombre superior.

La invasión portuguesa, en agosto del mismo año, vino a interferir todo prestamente y fué preciso abandonar cualquier atención que no dijera directamente con la defensa nacional.

Habilitado para mandar así en la paz como en la guerra, asumió funciones de jefe militar y civil. Expeditivo y enérgico, visto que el enemigo sacaba ventajas diarias por su penetración en el país, dispuso Barreiro que el Cuerpo de Cívicos de la ciudad marchara a campaña a reforzar el ejército de operaciones. Ante esta perspectiva, el batallón, formado en su mayoría por mozos de familias españolas o ajenas a la causa patria, derrotistas o neutrales, inició un movimiento sedicioso negándose a obedecer a sus jefes, el 2 de setiembre. Felizmente, el peligro vino a quedar conjurado al otro día, sofocada la sublevación.

Los sucesivos reveses de nuestras armas en el curso del año, obligaron sin embargo a Barreiro a abandonar Montevideo, carente en absoluto de medios de defensa, y así lo hizo la noche del 18 de enero de 1817, retirándose junto con el cabildante Joaquín Suárez y todos los hombres de armas que pudieron llevar consigo. Al día siguiente Lecor entraba triunfalmente en Montevideo, donde el humillado Cabildo le rindió indignos homenajes a cambio de garantías y ventajas de futuro.

Desinteligencias que la adversidad, como siempre, exacerbó, crearon poco después entre el Protector de los Pueblos Libres y su antiguo secretario, una situación tirante. En esos momentos cayó Barreiro prisionero de los portugueses en Queguay chico, en julio de 1818, Conducido de inmediato a Montevideo en compañía de su esposa, pri-

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