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Carlos Gaudencio, en Perseverano, el 7 de octubre de 1875.

Vencido el hermoso esfuerzo de la ciudadanía por los batallones de línea del gobierno usurpador y los contingentes blancos que le aportaron el coronel Timoteo Aparicio y los caudillos subalternos que lo seguían, Acevedo Díaz no regreso hasta 1876, en plena dictadura del coronel Lorenzo Latorre.

El Dr. Juan José de Herrera lo había apalabrado para confiarle la dirección de su diario “La Democracia”, pero el cargo que concluía de abandonar el Dr. José Manuel Sienra y Carranza, no era precisamente el cargo aparente para un hombre del temperamento de Acevedo Díaz, máxime cuando el plan político de Herrera tendía a la posible convivencia con la dictadura, mirando al futuro. El 9 de agosto apareció en el cabezal como director político, Eduardo Acevedo Díaz; pero solo alcanzo a estar muy breve plazo.

Con motivo de haberse sublevado en San José el caudillo blanco Máximo Ibarra, que perdió la vida en la aventura, “La Democracia” acusó a Máximo Santos, jefe del 5° de Cazadores, de haberlo mandado asesinar por la custodia después de entregarse de buena fe al comandante gubernista. Una afirmación de esta naturaleza equivalía a declarar la guerra al dictador, pero así tenía que ser. Tratándose de política en el terreno abstracto — escribió el periodista a Juan José de Herrera — podrían encararse las cosas conforme el deseaba que se encarasen...; pero ante la enormidad del crimen sus pasiones nobles y generosas se sublevaban... Arrollar la bandera antes que seguir en esa tesitura. Herrera, aceptando el consejo, cerró el diario. (Ver, Máximo Ibarra).

Regreso a la Argentina para establecerse en la localidad de Dolores, provincia de Buenos Aires, donde sus conocimientos de derecho le permitieron trabajar de procurador.

Sus vinculaciones en el pueblo y su autoridad sobre el vecindario en general, lo llevaron a mediar, conciliando, en un episodio de banderías locales que amenazaba ensangrentar las calles el 7 de julio de 1880, y por tal motivo, apaciguados los ánimos, le fue ofrecida una medalla de oro recordatoria.

Fué en estos años, años de silenciosa labor literaria y de plenitud intelectual, que se gestaron sus magníficos libros.

Un poco más tarde de quiso venir al país, en una tentativa de estructurar un “partido nacional-blanco”, conforme a sus planes, y en tal sentido, vuelto a Montevideo, escribió en el diario constitucionalista “La Razón” una serie de artículos propugnando por la idea política con que soñaba. Corresponden a noviembre de 1880 las famosas cartas polémicas con el Dr. Julio Herrera y Obes, empeñado por ese tiempo en campana semejante dentro de las filas del Partido Colorado, desde las columnas del “Diario del Comercio”.

Poco tiempo permanecería en el