Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/182

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teniente Rufino Luján y otros compañeros, Bermúdez consiguió huir y ponerse a salvo.

La revolución blanca del coronel Timoteo Aparicio contra el gobierno del general Batlle lo contó en sus filas, sirviendo primero a las órdenes de Julia Arrúe, y después del desastre de Manantiales con Juan María Puentes, en los departamentos del Norte.

Sin embargo, la afición a las letras a que se mostraba inclinado, heredada seguramente del padre, concluyó por imponerse en sus destinos, favorecido por naturales disposiciones, y tuvo franca expresión, cuando, en la dictadura del coronel Lorenzo Latorre, Wáshington Bermúdez fundó en Montevideo, en el año 1876, un periódico satírico opositor que llevaba por título “El Negro Timoteo”, cuyo primer número corresponde al 20 de febrero. Fué este papel público el único que en la época de la dictadura latorrista hizo oposición. Encuadraba un tanto el espíritu de “El Negro Timoteo”, con sus chistes abundantes de sal gruesa, en el modo de ser guarango y chocarrero de Latorre, y convencido éste por otra parte, de que no era con chascarrillos y versitos como se soliviantaría la opinión pública ni se retemplarían las resistencias ciudadanas, toleró sin inconveniente la salida del Negro Timoteo, con lo cual se daba al mismo tiempo la sensación —exterior — de que en el país existía libertad de imprenta.

En tiempo de Santos redactó Bermúdez “La Época” y “El Pueblo”, efímeros diarios opositores de polémica e información, y en la época de Reus se le halla como organizador de cierto Banco Cooperativo del Uruguay, que nunca llegó a tener existencia.

Hecho en la oposición, donde se suele ver únicamente lo malo de las cosas del gobierno, llegó un día en que al periodista opositor le tocó mandar. En marzo de 1890, Bermúdez fué nombrado Jefe Político y de Policía del departamento de Treinta y Tres, recién electo Presidente de la República el doctor Julio Herrera y Obes. Pocas designaciones más celebradas se habían conocido en el país y los amigos y correligionarios del novel funcionario le ofrecieron un gran banquete de despedida.

El departamento que iba a administrar lo recibió con beneplácito, descontando una gestión ejemplar, tratándose de quien había sido el censor despierto y encarnizado de tanto Jefe Político, Bermúdez, que principió enajenándose simpatías por cierto rigorismo hijo de un natural medio arbitrario y por sus frecuentes ausencias del cargo, cerró su etapa jefaturial preparando unas elecciones que no fueron precisamente modelo. De este modo, el delegado del Poder Ejecutivo y el periodista vinieron a quedar en contraposición.

Renunció la Jefatura en noviembre de 1890, para estar en condiciones de ingresar a la Cámara de Diputados, pues había sido electo

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