Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/219

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zón una vez que sus padres pasaron a radicar en España, procuraron encauzarlo en la que ya aparecía corno su ruta vocacional. Concurrió a una escuela facultativa en Barcelona y luego recibió lecciones en la famosa Academia de San Fernando, en Madrid.

Adelantado ya, fué alumno de Joaquín Sorolla y de Santiago Rusiñol y había hecho un viaje de estudio a París y expuesto en alguna exposición barcelonesa, cuando regresó a la patria en 1899.

Ganador de una beca oficial de pintura sacada a concurso en 1912, vióse en condiciones de estudiar en Ewropa tres años más y los aprovechó ampliamente. En Montevideo otra vez, fué director de la Escuela Industrial de Artes Aplicadas y profesor del Círculo de Bellas Artes mientras se dedicaba afanosamente a su carrera.

Paisajista por antonomasia — no obstante sus telas históricas o de género y sus retratos, dice im autorizado crítico extranjero — tenía frente a la naturaleza la esencial honradez de su propia y exclusiva emoción.

De este modo, sin preocuparle mucho las tendencias estéticas ni los procedimientos técnicos — aunque nunca totalmente libre de las influencias de Rusiñol — y dotado de una capacidad de labor conforme u su fuerte constitución física, alcanzó a fijar con pleno acierto y donosa maestría, los más contradictorios panoramas y las más opuestas armonías cromáticas: aguas profundas del Mediterráneo y selvas del corazón de América, jardines floridos de la Costa Azul y pelados cerros minuanos.

No tocó alturas semejantes en el retrato, cultivado, cierto, por excepción, y en la pintura de historia abordada en los años de plenitud artística y donde cuentan, Artigas en el Hervidero, El Congreso del año XIII y la Jura de la Constitución de 1830, se echa de menos el escrúpulo esencial que resiste a sacrificar la verdad a consideraciones de estética o de efectismo.

Por lo demás. Blanes Viale, que en todas las latitudes sentía la naturaleza con une especie de fervor panteísta, no sintió de igual modo “a su animálculo racional”, como no sintió tampoco la honda emoción de nuestro pasado histórico y de sus gentes con su mundo de trabajos a cuestas.

La desvinculación del solar criollo, había sido mucha y no corrían por sus venas aquellas gotas de sangre que, a despecho de las “manos de marqués”, Ruben Darío sospechaba que circulaban por las suyas.

Murió de muerte temprana, cuando podía creérsele en el ápice de sus facultades, victimado por una dolencia que había impuesto varias intervenciones y cuyos embates supo resistir con la serenidad de un estoico, el 22 de julio de 1926.

En una avenida de Carrasco que a su nombre, un busto en bronce perpetúa su recuerdo, como uno de los grandes valores de la pintura nacional y americana.

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