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para terminar el 23 de junio de 1814, con la entrega de la plaza por el español Vigodet.

Consiguió, mediante engaños, a la caída de la ciudad, escapar de Montevideo sin que lo incomodaran los patriotas, yendo a refugiarse en la Villa de Maldonado donde todavía ondeaban las banderas españolas, pero la villa no tardó mucho en hallarse en manos del artiguista Olivera el 18 de setiembre de 1814.

Según sus propios dichos, tuvo Figueroa vehemente tentación de plegarse a los soldados de la patria y pretende explicar las causas por que no lo hizo, pero lo cierto es que merced al dinero que le proporcionó una amiga, pudo embarcar en secreto, rumbo al Brasil, el 4 de octubre, arribando a Santa Catalina a los pocos días, y a Río Janeiro el 23 de noviembre.

En Río busco naturalmente el apoyo de la gente oficial portuguesa y, a título de que se trataba de un realista fugitivo, el Ministro de España le proporcionó modos de ganarse la vida, hasta que puso proa a Montevideo en el año 18, cuando la Banda Oriental había sido conquistada por los portugueses y gobernaba en ella Carlos Federico Lecor, Barón de la Laguna, a quien venía recomendado. Lecor, de entrada no más, le proporcionó un destino administrativo para mejorarlo pronto y mandarlo más tarde a Maldonado en calidad de Ministro de Hacienda y Colector de Aduana. En esta ciudad, fatal ya otrora para Acuña, lo sorprendió el pronunciamiento patriota del año 25 y cuando los independientes se hicieron dueños de la plaza vino a quedar en calidad de prisionero, aunque sin que se le molestara para nada.

Descubiertas, a poco, sus relaciones subrepticias con los imperiales de Montevideo, se le fijó domicilio en San Carlos, de donde consiguió fugarse llevando consigo el acta original del juramento de la Constitución brasileña, que había sustraído en Maldonado, y la cual se apresuró a poner en manos de Lecor inmediatamente de arribar a Montevideo.

Liberada la Provincia Cisplatina tras sangrientas alternativas, la nación libre y soberana de 1830, a pesar de los revueltos antecedentes de realista, aportuguesado e imperial de Acuña de Figueroa, no lo desconoció como hijo cuando se acercó a las autoridades de la joven República, llevando en sus manos la ofrenda de una canción patriótica. Logrado este contacto lo demás venía de por sí, pues el poeta, sobre ser hombre de carácter maleable, poseía una reconocida competencia de burócrata que lo recomendaba para el empleo que consiguió, pronto, en la Aduana de la capital.

Después de este destino sirvió siete años en la dirección de la Biblioteca y Museo Públicos, cargo al que no se sentía atraído, no obstante su calidad de hombre de letras, y del cual paso a la Tesorería de la Nación en 1841, siendo Ministro de Hacienda José de Bejar.

Censor de Teatros cuando la co-