Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/354

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especie de veneración religiosa” y que lo trató “como a ente de otra raza, como a un ser más privilegiado que el hombre”.

El pequeño músico portento tocaba el piano a esa edad con una franqueza y una seguridad que en opinión del ilustre publicista — buen juez pues era músico él mismo — harían honor a un aprendizaje de veinte años,

Huérfano en tierna edad, al cuidado de su hermana mayor la señora Costa de Iglesias, el gobierno de la Defensa, por intervención de hombres como Santiago Vázquez, Florencio Varela y Manuel Herrera y Obes, dispensó su ayuda al niño pianista dentro de los modestos recursos de que podía disponer.

Más tarde, cuando tenía 23 años, solicitó una pensión de estudio en Europa pero no le fué otorgada.

Autodidacta, falló siempre el concurso de la ciencia musical a las altas dotes naturales de Costa, pues si muchas veces la inteligencia dá por si sola grandes cosas que no da la ciencia, producen las mayores de todas cuando se unen.

Dalmiro Costa tenia el sentimiento melódico, que era tener lo sustantivo, La armonía, el contrapunto y todo lo demás se aprende, se regla, se metrifica.

La melodía es la voz interior; es el don, esa la gracia.

Era todo lo que nuestro músico poseía, y cuando llegó el momento de juzgarlo y de opinar, fueron precisamente aquéllos a quienes el don les había sido negado, los que, a su vez, negaron a Costa como músico, parapetados tras su deplorable impotencia preciada de cualidad y en nombre del conservatorio que “non prestat”.

La música de Costa fué una música difícil, originalísima, llena de grupettos y de grandes acordes, acotada en términos peregrinos, intraducibles y problemáticos, como sotto voce, con queja, cristalino, llorando, como un sueño, cantando el bajo... Todo ésto muy difícil de interpretar y bien distinto de los allegro moderato y ralentando de la música: corriente.

Sus primeras composiciones fueron, puede decirse, dictadas, pero luego de adquirida cierta técnica suficiente pudo traducir en el pentagrama las maravillas que llevaba dentro de su cabeza.

Su primera composición de puño y letra parece haber sido “Luz del Alba”, impresa en 1860. Después se citan otras como “Toque de Alarma”, escrita en Montevideo en 1870. En enero de 1878 apareció “La Pecadora”, famosa danza de alto valor original y a ésta siguió de cerca “Nubes que pasan”, capricho vals, que hizo vibrar emocionadas a dos generaciones rioplatenses. En París, en 1886, Marmontel (padre), el gran Marmontel, tuvo para estas piezas de Costa elogios tan expresivos como sinceros.

“Sueños”, “Fosforescencias”, “Ondas del Rhin”, “Espumas”, “Ituzaingó” y diversas piezas para piano,

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