Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/37

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

Aguilar es que se halla libre de tacha de cruel o de sanguinario capaz de empañar su justa fama de excelente jefe de caballería, jefe sin precio al frente de un regimiento o de una división.

Nunca le cuadró dirigir personalmente una batalla, pero hubiera sido capaz de hacerlo porque poseía instinto militar que iba unido a la práctica de las guerras criollas. En ellas hizo su escuela, pues era rigurosamente analfabeto, a punto de que no sabía ni siquiera firmar. Suplía la falta utilizando un sellito chico de bronce con su nombre y apellido grabados en letras perfectas.

Figuraba en los cuadros del ejército desde el 29 de setiembre de 1853 con el grado de coronel que tenía en la Argentina, y al producirse la revolución de los colorados conservadores encabezados por el general Cesar Díaz adhirió al movimiento, y libre por suerte, de haberse hallado en Quinteros, emigró entonces a la Provincia de Entre Ríos mientras el gobierno lo daba de baja el 15 de febrero de 1858.

Concluida lo que se llamaría su etapa entrerriana y la subsiguiente argentina, cuando sirvió en las guerras civiles de este país durante las luchas entre Buenos Aires y la Confederación, para irse con Mitre después de abandonar a Urquiza en 1859, Fausto Aguilar reaparece en nuestro escenario militar como uno de los jefes más nombrados entre los jefes revolucionarios de Flores en la campaña que se llamó Cruzada Libertadora, de 1863 a 1865.

Múltiple en su actuación, no habría forma de poderlo seguir en sus movimientos a través de la campaña, integrando el grueso del ejército, cortado solo con una columna volante, perseguidor o perseguido, alerta y en guardia o cruzando las armas con enemigos dignos de su valor y de su audacia.

Y lo mismo aseguró el triunfo de Flores en Coquimbo con la rápida y oportuna intervención de sus lanzas, que arrolló por virtualidad de audaz empuje, una helada mañana invernal en la costa del arroyo San Francisco, en Paysandú, a una fuerza enemiga a la cual llevó la carga después de arengar a sus soldados con palabras famosas, que recuerdan las del Griego de las Termópilas: “Sáquense los ponchos, muchachos, que en el otro mundo no hace frío!”

Gravemente herido de bala en un hombro en el combate de Las Piedras el 16 de setiembre de 1863, hubo necesidad de conducirlo a Buenos Aires para que le prestaran asistencia facultativa.

La curación, largamente demorada, no permitió a Aguilar reincorporarse a filas sino en los últimos meses de la guerra, en diciembre de 1864, para recibir inmediatamente el cargo de comandante general de los departamentos de Salto y Paysandú.

El 20 de febrero del año siguiente los revolucionarios floristas entraban en Montevideo, habiendo contado en la etapa final con el apoyo de fuerzas brasileñas aliadas.

Por decreto del Gobierno Provi-