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batallón Lezica en el edificio de la Aduana. Los sublevados, empeñados en tomar el punto para hacer factible el desembarco del caudillo que estaba en un buque en la bahía, forzaron el asalto. La pelea fué encarnizada, pues Estivao no cedió hasta lo último.

Herido de muerte, la soldadesca, desmandada, lo arrojó de la azotea a la calle, vivo todavía, el 2 de abril.

Murieron al lado de Estivao el teniente José Batlle, hermano del general y el ayudante mayor Jones.


ESTRADA, DARDO

Historiador y bibliófilo, “obrero eficaz de la patria cultura”, como se le ha llamado con gran acierto, fué asimismo el espíritu mejor disciplinado de su generación.

Hijo de la ciudad de Carmelo, donde había nacido el 3 de octubre de 1887, vino a residir más tarde en la capital. Sin llegar a graduarse hizo estudios universitarios dispersos, aunque con marcada tendencia a la literatura y a la historia. Pero, al fin, esta última disciplina lo conquistó orientando su vida.

Al amparo de un modesto empleo de auxiliar en la Escribanía de Gobierno y Hacienda, sus aficiones de investigador se desarrollaron pacientemente y en silencio. Los buceos en el archivo todavía inexplorado de la casa, con sus grandes sorpresas para el aficionado novel, contribuyeron a afirmar la vocación, “vocación avasalladora: una de esas vocaciones que señorean el alma en que alientan y le dan un fin noble y útil para llenar”.

Poco a poco, compensado lo medido de sus recursos con su extraordinario afán de rebuscador y colector, pudo formar el plantel de una biblioteca que luego llegaría a ser una de las más ricas librerías particulares, donde el tipo de impresos menores — folletos y hojas sueltas — tenía representación especial.

Fruto de sus acuciosas investigaciones, apareció en 1912 su libro primigenio “Historia y Bibliografía de la Imprenta de Montevideo”, obra sustantiva que representa no sólo una labor extraordinaria, sino uno de los ensayos más serios de trabajos científicos, llevado a cabo en una materia todavía intacta entre nosotros.

De esta manera, Dardo Estrada comenzó su carrera de historiador con una obra tan calificada, que podía haber sido la culminación de la carrera de un esclarecido erudito.

Sub-Director de la Biblioteca Nacional el 12 de julio de 1916, entró en aquella casa soñando con formar su rincón de trabajo — el rincón del club londinense de Spencer — a mano los instrumentos de labor, plenamente en su elemento, dispuesto a levar allí, de nuevo, el espíritu y los afanes bibliográficos superiores del Dr. Pedro Mascaró. Encontró en cambio una perfecta oficina pública: burocracia pétrea, expediente cabal y, como no podía ser de otro modo,

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