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cencia superior) para que siguiese en esta ciudad los estudios comenzados en Montevideo.

Sus aficiones lo llevaron a cursar medicina hasta recibirse de profesor de cirugía en 1826.

Inmediatamente ofreció sus servicios a la causa de la Patria y el gobierno de las Provincias Unidas le confirió el empleo de cirujano del ejército con grado de capitán, el 12 de agosto del mismo año.

Abierta la campaña contra el Imperio acompañó a las fuerzas republicanas que operaban en Río Grande, hallándose en el combate de Ombú, en el de Camacuá y en la jornada victoriosa de Ituzaingó, correspondiéndole el escudo de plata y los cordones de honor que se decretaron a los triunfadores.

Concluída la guerra que dió por resultado la creación de la República independiente del Uruguay, Ferreira, vuelto a Buenos Aires, completó su carrera facultativa para recibirse de médico cirujano el 7 de mayo de 1829, título con el cual se reintegró a Montevideo, donde el Gobierno Provisorio, el 14 de diciembre, lo nombró cirujano mayor interino del ejército.

Creado por decreto del 16 de setiembre del año 30 el Consejo de Higiene Pública, Ferreira entró a figurar en él, previo reconocimiento oficial de su título, y dió principio, a la vez, a su vida profesional y a sus actividades en las salas del Hospital de Caridad.

Cuando en los últimos meses del año 39, la República fué invadida por el ejército rosista del general Pascual Echagüe, salió a campaña en funciones de cirujano mayor y encontróse en la gloriosa jornada de Cagancha el 29 de diciembre.

Gravísimo riesgo corrió su vida, cuando las carretas del hospital adjuntas al parque, fueron asaltadas por fuerzas de caballería enemiga, que pasaron a cuchillo a heridos, enfermeros y personal de servicio.

El 26 de noviembre de 1842, a requerimiento del presidente Rivera en campaña, que se quejaba del lamentable abandono en que se hallaba el ejército, falto de servicios facultativos, el vice-presidente Suárez, previo consentimiento del doctor Ferreira, candidato “que reunía a su capacidad profesional, las cualidades de afección y celo por la causa que defendía la República”, acordó que fuera al ejército, cerca de la persona del primer Magistrado, a prestarle la asistencia y cuidados que se demandaren durante la campaña, como una comisión que desempañaría sin sueldo.

En el mismo decreto, por el sacrificio que se le imponía en su carrera profesional y los riesgos y privaciones inherentes a los tiempos de guerra, y como demostración inequívoca y justa del aprecio que se hacía de los servicios ya prestados, se le reconocía un crédito de dieciocho mil pesos contra la Nación, pagaderos en cuotas mensuales.

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