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mismo. La exaltación de los hijos del ex-dictador y un grupo de secuaces a sus órdenes que parecía incontenida, creó al presidente provisional, Pedro Varela, conflictos tan graves como difíciles de solucionar. Por suerte, el coronel Fortunato, desterrado, iba en viaje para Europa.

En la esperanza de que un destino militar, sometido a reglas de disciplina, pudiera ser un camino viable, con fecha 21 se le reincorporó al Ejército al mismo tiempo que se creaba un nuevo escuadrón de caballería de línea para confiarle el mando al mayor Eduardo Flores “atenta su bizarra comportación en los últimos sucesos”. Pero nada se pudo adelantar con todo eso y a los cuatro días — el 25 — tiróse otro decreto según el cual “siendo necesario desempeñar una comisión urgente en Buenos Aires, se le confiaba al señor Mayor Eduardo Flores, a quien acompañaría como secretario su hermano don Segundo”. De este modo y en la mejor forma, fueron alejadas del país personas tan peligrosas en esos momentos, a la vez que se separaba e Eduardo del mando de su escuadrón de caballería.

Vueltas las cosas a su nivel, ambos comisionados regresaron al país. “La importante misión ha concluído” decían irónicamente los diarios.

En 1870 se ausentó para Europa, viviendo por allá cerca de cuatro años, empleados en ilustrativas giras y en la frecuentación de cursos libres. Cuando volvió trajo consigo una moderna y completa imprenta por la cual apareció el diario principista “La Idea”, donde en el gobierno de Ellauri escribía junto con su hermano Segundo y Anselmo Dupont.

En marzo de 1874 solicitó su baja del ejército donde revistaba como inválido, “donando a la Nación, de este modo, los sueldos que le correspondían”.

Cuando después del motín militar del 15 de enero de 1875, los vencedores, no contentos con amordazar la prensa, la emprendieron personalmente con los periodistas adversarios, los tres redactores de “La Idea” fueron incluídos en la lista de ciudadanos que debían marchar deportados a La Habana el 24 de febrero a bordo de la barca Puig, transformada en transporte nacional de guerra.

Juntamente con Eduardo y Segundo, emprendieron camino del destierro sus hermanos Fortunato y Ricardo, es decir, todos los hijos del general Flores.

Un episodio del viaje que pinta a maravilla el modo de ser de don Eduardo, merece recuerdo. Estaban los deportados al ancla en el puerto de La Habana y resolvieron representar ante las autoridades de la isla solicitando que se les dejara en libertad de abandonar la barca. Eduardo Flores se negó a suscribir el pedido por entender que en Cuba no existía más autoridad legal que la autoridad del presidente Carlos Manuel de Céspedes, general en jefe de los ejércitos independientes, que peleaban heroicamente en la

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