Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/493

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cían inútilmente. Las pocas veces e se vió obligado a combatir, lo hizo por propia iniciativa para aprovechar alguna gran ventaja en los choques de Coquimbo, Cañas, Pedernal, Don Estéban, que fueron acciones sin las características de una batalla campal y trascendente. El gobierno, que desde el 1° de marzo de 1864 estaba a cargo de Atanasio Cruz Aguirre, presidente del senado en ejercicio del Poder Ejecutivo, no supo o no pudo socorrer a varias guarniciones sitiadas por la revolución y la Florida y Paysandú, tomadas a viva fuerza, añadieron capítulos de sangre lamentables y desdorosos para Flores y para la historia nacional. Vencedor y en posesión del gobierno el 20 de enero de 1865, asumió la dictadura con una moderación y una tolerancia muy grandes, aunque había quienes descontaran excesos y venganzas. Bonifacio Martínez, conservador y enemigo político suyo, pudo escribir sin riesgo de ser desmentido, en los días de la muerte del caudillo: “cualquiera que sea el juicio de la historia sobre el infortunado general Flores, ha de tener presente un hecho elocuente: abrió las puertas del país a todos los vencidos; todos los que tomaron parte en la horrorosa carnicería de Quinteros se han paseado impunemente por Montevideo”.

in solución de continuidad, casi, vino la contienda armada con el Paraguay y Flores fué a ponerse al frente de sus ejércitos para triunfar sobre la costa del arroyo Yatay, en la provincia argentina de Corrientes, el 17 de agosto de 1865, ganando para la Alianza una victoria de gran trascendencia para el futuro desarrollo de la guerra.

Tuvo actuación principal y personalísima en las operaciones y terribles batallas libradas en territorio paraguayo y sus opiniones y pareceres primaron alguna vez en el consejo de los generales aliados. Regresó al país recién el 1° de diciembre de 1866, para reasumir las funciones que había delegado en el Dr. Francisco A. Vidal y gobernar con facultades omnímodas, aunque sin abusar de ellas, hasta el 15 de febrero de 1868.

Fué grave error suyo la prolongación de un mando personal que le enajenó muchas simpatías entre sus propios partidarios y entre ellas el apoyo del general José Gregorio Suárez, uno de sus mejores tenientes, el cual hasta llegó a conspirar abiertamente en favor de la vuelta inmediata al régimen constitucional.

El complot llamado de la Mina y la sublevación de su propio hijo, el coronel Fortunato Flores, al frente del batallón “Libertad” que tenía a sus órdenes en la capital, constituyeron, aquél, un capítulo extraño y éste, un inaudito escándalo de los últimos días del gobierno dictatorial.

En su época, por otra parte, la República disfrutó de un magnífico período de prosperidad material como nunca se había conocido y que todas las actividades, públicas y privadas, revelaron ampliamente.

Muchos ramos de la administra-

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