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ya entrado en años, para concluir la vida en Madrid el 3 de diciembre de 1929, solitario e incapaz de reanudar de modo eficiente —desarraigado y desambientado — las nobles actividades que habían sido encanto en esta patria uruguaya.


GRANADA, NICOLÁS

Diputado, periodista, autor teatral, uno de los precursores de la escena rioplatense.

Había visto luz en Buenos Aires el 24 de octubre de 1832 y era hijo del coronel Nicolás Granada, militar uruguayo de nacimiento, formado en el ejército argentino, pero que actuó asimismo en su país cuando, como jefe rosista, formaba en el ejército a órdenes del general Manuel Oribe. Entonces, durante la Guerra Grande y en los últimos años, fué coronel jefe de la División del Sud.

De los estudios iniciales pasó a cursar medicina, pero la vocación literaria — desarrollada en un ambiente donde contaban elementos como Miguel Cané, Del Campo, Andrade y Héctor Varela, le hizo abandonar la carrera y el poco tiempo, al estallar el conflicto armado contra el Paraguay, marchó al teatro de operaciones como oficial de infantería. Su actuación distinguida le valió varios ascensos y cuando vino de regreso a la capital porteña ostentaba los galones de teniente coronel. Sin embargo, tampoco siguió carrera de armas.

Sarmiento lo hizo inspector de escuelas en una provincia del interior y supo desempeñarse con buen éxito. Periodista en Córdoba, donde estrenó su primera obra teatral “De novio a padrino”, vino al Uruguay después de una corta estada en Rosario, estableciéndose en la ciudad del Salto, donde prestamente se vinculó a los círculos de imprenta y donde sacó a la calle, en 1881, “El Bombo Biejo”, periódico satírico en el que se criticaba al gobierno, y desde el cual popularizó, en doña Robustiana Tinajas, el primer personaje de “existencia literaria” que se conociera en aquella culta población.

Sin persistir en su empresa, a los pocos meses pasó a Montevideo y allí tuvo lugar, sin mucho retardo, el acercamiento entre el ex-director de “El Bombo Biejo” — cuyo título había importado una alusión directa y desagradable para el coronel Máximo Santos — y este mismo curioso personaje militar en tren de galopante carrera política. La relación se convirtió después en buena amistad y Santos vino a tener cerca de él un hombre inteligente e ilustrado, de natural tolerante, que si bien se amoldó a las circunstancias políticas de una mala época, pasó por ella libre de inculpaciones deprimentes, llevando en su haber, por el contrario, la simpatía ganada por la certeza de que sirvió pa-

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