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Iniciábase así la nueva y larga guerra civil, que sería conocida popularmente por la Revolución de Aparicio.

Durante la misma, gracias al auxilio de nuevos contingentes aportados por las invasiones de Medina, Basterrica, etc, y con los partidarios levantados en todas partes del país, Aparicio tuvo a sus órdenes un ejército tan poderoso que le permitió recorrer la República, sitiar un momento a Montevideo y librar cinco batallas campales, dos de ellas, Sauce y Manantiales, de las más grandes y sangrientas trabadas entre uruguayos.

Sin embargo, la ineptitud del jefe revolucionario para dirigir un ejército y su porfía en desoír todo consejo que pudiera rozar su susceptibilidad pretenciosa, valieron más al gobierno de Montevideo que sus propios generales y sus soldados.

Convencido al fin de que nunca se llegaría al triunfo, pactó con el presidente Gomensoro el convenio del 9 de Abril de 1872, merced al cual aseguraba a su partido importantes posiciones políticas.

A la hora del motín del 15 de enero de 1875, el coronel Aparicio aconsejado por los mismos amigos ambiciosos y sin escrúpulos que fueron su mala sombra, puso su espada al servicio del gobierno usurpador defeccionando la causa legal del presidente Ellauri, gobernante modelo, de intachable honradez, que había respetado los derechos de todos, haciendo cumplir las leyes sin haber librado una orden contra la Tesorería ni otorgado un solo ascenso militar.

La actitud de Aparicio en esta emergencia fué objeto de controversias apasionadas y lo malquisto con muchos caracterizados elementos de su propio partido.

Los papeles inéditos del presidente Ellauri que obran en el archivo Fernández Saldaña y que deben ser publicados en oportunidad, prueban en forma terminante la inconducta del coronel Aparicio y de quienes lo llevaron a arriesgar semejante paso.

En cambio de su reprochable claudicación, los malos consejeros del Coronel le consiguieron del gobierno usurpador el grado de general de la República, que le confirió Pedro Varela con fecha de 5 de febrero de 1875.

Estrenando aquellas mal ganadas palmas al producirse el movimiento principista de la Reacción Nacional, tomó el mando de una división del sur del Río Negro, aprestándose a combatir a la flor de los antiguos compañeros del 70 - 72, que fieles al dictado del honor empuñaban armas por las instituciones.

Angel Muníz, Julio Arrúe, Juan María Puentes y otros tan prestigiosos, se habían ceñido la divisa tricolor.

Sin embargo, el coronel Latorre, Ministro de la Guerra, tuvo esmero en no dar a su aliado ninguna ocasión de destacarse, y antes de pacificado el país, ya estaba en Florida como una simple figura decorativa.

El general Aparicio, por su parte, carecía de toda autoridad moral des-

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