Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/73

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La paz de setiembre de 1897, que significaba cuando menos en el papel una tercera tentativa de reconciliación nacional, le proporcionó la ocasión de intensificar su propaganda en una gran campaña a favor del Acuerdo Electoral, campaña altruista y bien intencionada, pero negativa y contraproducente, pues se dirigía al aplazamiento sucesivo y sin día del ejercicio práctico de la verdad republicana. Consiguió ver realizado el Acuerdo Electoral— de 1898, viniendo a fallecer en Montevideo el 2 de enero de 1902.

Popularizó en sus polémicas periodísticas el seudónimo de Bizantynus, y en 1896 había publicado un tomo de “Bosquejos Politicos”.


ARAÚCHO, FRANCISCO María Rafael

Secretario del Primer Gobierno Patria de 1825. Magistrado judicial, legislador y hombre de letras, con servicios en las luchas de la Independencia.

Nació en Montevideo el 9 de setiembre de 1794, siendo hijo primogénito de Pascual de Araúcho y se educó en el Colegio de los Franciscanos, donde se le tuvo por un distinguido alumno.

Influenciado por el ambiente de la casa — tan propicio a la causa americana, como lo prueban las vejaciones y atentados de que el arbitrario gobernador español Vigodet hizo objeto a los religiosos de la orden — cuando Araúcho salió de allí, fué para sumarse a las filas de los patriotas.

Con documentos a la vista, Azarola Gil, desvirtuando inexactitudes, ha probado que Araúcho, por elementales razones de edad — tenía a la fecha 16 años — no pudo figurar en los primeros días de la revolución como secretario de Artigas, para ser redactor del parte de Las Piedras. Desempeñó, en cambio, un cargo en el secretariado del Cabildo patrio, del cual se le desposeyó en los primeros momentos de la dominación luso-brasileña. En 1821, una vez afianzadas las cosas, y por corto tiempo, Araúcho tuvo el cargo de oficial mayor de la oficina de Gobierno.

En el período de la Cisplatina estudió Derecho, graduándose como licenciado.

El alzamiento del país, luego de la invasión de Lavalleja en 1825, le proporcionó la ocasión de darse de nuevo a la causa patria, a cuyos fines, con riesgo de vida, escapó de Montevideo burlando la vigilancia de los sicarios del Barón de la Laguna.

Hombre de vasta ilustración y de sereno juicio, el jefe de los Treinta y Tres lo llamó a participar en los consejos y deliberaciones tendientes a planear — mientras se adelantaba en la guerra — la organización de las nuevas autoridades de la provincia.

Los miembros del Gobierno Pro-

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