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dos de concienzudo observador y trabajador a toda prueba.

Por espacio de quince años, la multitud de nuestros insectos y entre éstos de preferencia los coleópteros, constituyeron la pasión de Arechavaleta. Sus pacientes estudios viéronse coronados por el descubrimiento de varias especies nuevas, al mismo tiempo que era objeto de particulares menciones de honra por parte de muchos eminentes colegas europeos.

El sabio naturalista, sin embargo, era atraído cada vez con más fuerza por el estudio de las plantas, siendo a ellas a donde convergían sus íntimas predilecciones como a verdadero cauce.

Vencido por la vocación que se hizo avasallante, Arechavaleta tomó el nuevo camino que debía ser el camino de la inmortalidad.

Recorrió con mirada perspicaz el territorio de la República en todos sentidos haciendo paréntesis a sus otras tareas, en busca de especies vegetales, sin que se le olvidase departamento alguno, en una labor científica que el sabio Gibert tenía recomenzado entre nosotros. (Vease Ernesto Gibert).

El herbario colectado a través de un trabajo semejante alcanzó a constituir un verdadero tesoro científico, sobre el cual se asentaron gran parte de los descubrimientos del esclarecido profesor.

Pudo Arechavaleta clasificar de este modo en sus libros más de doscientas plantas de la flora de la República. A numerosas especies aplicó designaciones nacionales y regionales, que hablan del país, como charruana, saltense, tacuaremboense, etc. No olvidó tampoco, desde luego, las delicadas atenciones científicas que importa ligar a las especies nuevas los nombres de botánicos, precursores y discípulos, aficionados y amigos que compartieron el encanto de las excursiones y la superior emoción de los hallazgos y bautizó sus plantas llamándolas Larrañagai, Berroi, Canterai, etc, derivados en latín de apellidos que conocemos.

Ni sus funciones de museísta, ni sus trabajos botánicos, fueron obstáculo para que Arechavaleta atendiese con notoria competencia el cargo de químico, del Municipio de Montevideo para el que se le designó en 1888 y en cuyo período se estableció y tuvo comienzos de función el laboratorio donde preparóse virus vacínico y se hicieron las primeras observaciones científicas sobre tuberculosis bovina, carbunclo, etcétera, en su relación con los servicios de abasto.

En 1887 obtuvo un sonado triunfo científico en el Brasil donde, como asesor de la Comisión Especial Uruguaya, demostró la inocuidad del tasajo como vehículo de transporte del bacilo del cólera.

El interés por las investigaciones científicas y bacteriológicas, que apuntó desde los años juveniles en que fundara la sociedad llamada “El Microscopio”, fué siempre un gran interés, que se empeñó en trasmitir especialmente a sus disci-

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