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A raíz del pronunciamiento de Urquiza contra la tiranía de Rosas en Concepción del Uruguay, el 1° de mayo del 51, agregó las fuerzas a su mando a la división que, bajo las órdenes del general Eugenio Garzón, vadeó el río Uruguay por el Salto en el mes de julio, para seguir rumbo al sur en busca del ejército de Oribe, al cual debía destruirse en primer término.

Comandante Militar de la 3ª zona o sea la sudoeste por nombramiento de fecha 5 de noviembre del 51, dejó ese importante destino para aceptar la invitación del capitán general Urquiza, que lo convidaba a ir consigo a la campaña contra el tirano de Buenos Aires.

El ejército que había concluido con Oribe estaba en la falda del Cerro de Montevideo, próximo a embarcarse, cuando Medina solicitó pasar en comisión a continuar sirviendo en aquellas filas. El gobierno de Suárez accedió, sustituyéndolo por el coronel Venancio Flores, el 15 de noviembre.

El entrerriano, dándole una prueba de alta distinción, lo hizo jefe de vanguardia del Ejército, y le cupo el honor de tomar parte en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852, donde el ejército y el poder de Rosas fueron aniquilados.

A mérito de esta participación, el general Medina reclamó posteriormente la medalla, premio militar de la victoria instituído por decreto de 13 de febrero de 1852, pero la instancia no prosperó, teniendo en cuenta que la medalla de honor había sido acordada expresamente “a la División Oriental que combatió en la batalla de los campos de Caseros”, y no a todos los compatriotas presentes en el campo de la acción. El veterano tuvo que contentarse con el escudo y los cordones de Ituzaingó que lucía de un cuarto de siglo atrás.

Comandante general de Campaña el 2 de noviembre del 53, para someter a los partidarios del derrocado presidente Giró, que habían tomado las armas, y Comandante en Jefe del Ejército el 17 de agosto del 55, nombrado por el presidente Flores en momentos en que la seguridad de su gobierno peligraba mucho, Medina contó después entre los elementos militares colorados que adhiriendo al Pacto de La Unión, entraron a llamarse fusionistas, aceptando el absurdo programa de llegar a la abolición de los partidos tradicionales por métodos coercitivos.

Sus prestigios, su categoría en el ejército y su vieja amistad con el presidente electo Gabriel A. Pereira, su correligionario colorado hasta el día en que se neutralizó para llegar al gobierno, le dieron puestos de responsabilidad efectiva, sin perjuicio de corresponderle también la jefatura — con categoría de sargento mayor — de la estrafalaria Guardia de Honor de la Constitución y del Gobierno, creada por decreto de 25 de noviembre del 57.

Cuando el coronel Brígido Silvei-

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