Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/826

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luciones nacionalistas sucesivas conmovieron la paz de la República y en esas circunstancias ofreció sus servicios al presidente constitucional, rindiendo así homenaje a las ideas de toda su vida, contrarias a los predominios del caudillaje.

A dieciocho años del Quebracho, pero a estas horas con galones de comandante, aceptó la jefatura del batallón 8° de Guardias Nacionales de Montevideo. Su nombre, y sobre todo, su desvinculación de los partidos tradicionales, reunió en el 8° a casi todos los ciudadanos que, obligados a dar cumplimiento a las leyes militares, sentíanse sin ligazón partidista con los contendientes.

Vuelto el país a la integridad del régimen constitucional, en suspenso si bien se mira, desde el golpe de Estado de febrero de 1898, el presidente Batlle y Ordóñez invistió al Dr. Melián Lafinur con el alto cargo de Ministro Plenipotenciario ante los gobiernos de Estados Unidos, Méjico y Cuba.

La gran nación del norte fué para el hombre inteligente y observador, empeñado en ser útil a su país, un campo riquísimo que le ofreció la ocasión de enviar a la cancillería cantidad de informes, memorias y sugestiones útiles de la más variada índole.

De regreso al país, en el año 1911 aceptó que se le votase diputado por el departamento de Artigas, y esta vez, como en las anteriores legislaturas, tuvo por necesario explicar su presencia en la cámara sin electorado propio y sin afiliación partidaria.

El parlamentarista de 1888 reapareció, pero ante el avance y la amplitud experimentados por las cuestiones sociales, el Dr. Melián Lafinur, acorazado en su individualismo histórico, sólo estaba en condiciones — como lo dice uno de sus biógrafos — de ejercer una función útil de contralor.

Reelecto diputado en la siguiente 21ª legislatura, al finalizar su mandato abandonó la vida política, y dueño de una posición económica que le permitía vivir con desahogo, pudo darse la satisfacción de no hacer uso del retiro jubilatorio que le correspondía por ley, ejemplarizando a muchos ricos que no desaprovechaban aquel derecho.

Una vieja afección a la vista, que concluiría al fin en la ceguera, lo colocaba ya entonces en desfavorables condiciones para el trabajo, y el libro sobre Juan Carlos Gómez, publicado en 1915, tuvo necesidad de dictarlo.

Prometía este sólido estudio biográfico ser el primero de una serie bajo el título de “Semblanzas del Pasado”, y la cual llegó a ser anunciada. Incluía lista porción de nombres descollantes, pero el historiador estaba retrasado en la obra y achaques llegados más de prisa que los años obstaculizaron sus propósitos de labor. Aunque todavía alcanzó a dar a la prensa un libro de actualidad política, “La acción funesta de los par-

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