Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/848

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nombre está inscripto en la lista negra formada a placer por los enemigos históricos del Prócer, a quien Monterroso prestó por varios años invalorables servicios como Secretario.

El Padre Cirilo Castañeda fué uno de los que se adelantaron a formular contra el franciscano acusaciones de carácter atroz, señalándolo “como el primer religioso que levantara en Sud-América el horrendo estandarte de la rebelión y la apostasía”, “subiendo a la cátedra de la pestilencia para contradecir lo que había dicho en la cátedra de la verdad”. Pero el descrédito que acompaño en todas las circunstancias al Padre Castañeda, insultador de oficio, abogan precisamente en favor del fraile patriota.

Había nacido en Montevideo el 20 de junio de 1780, hijo de Marcos Monterroso y de Juana Paula Bermúdez y era hermano de la esposa del general Juan Antonio Lavalleja.

Hizo estudios sacerdotales en el colegio de religiosos de la Orden franciscana y tomó hábitos el 23 de julio de 1798. En la inicial categoría de corista hizo oposición a una cátedra, obteniendo óptima clasificación y el 22 de mayo de 1810 se le designó lector en sagrada Teología, datos que desvirtúan a pleno los epítetos de iletrado y de ignorante con que se le ha querido tachar.

En esta altura de sus promisores comienzos de carrera dentro de la iglesia, halló a Monterroso la hora de la revolución, El ambiente del colegio era propicio a la causa de la libertad. A los franciscanos había que apretarles la mano precisamente por eso y el jefe español Elío, como medida primaria, expulsó de la plaza sitiada a los conventuales Monterroso, Pose, Santos, Fleytas, López y Faramiñán, la noche del 21 de mayo de 1811.

Monterroso fué a buscar las filas de los independientes, llevando a ellas el calor de su palabra y el empuje de su conciencia apasionada.

Hasta ahora esta briosa figura de fraile a caballo — como lo amó Héctor Miranda — no ha tenido historiador que se decidiese a rever, cuando menos en la parte que pueda serle personal, el proceso instruido por amas tan parciales como la de Vicente Fidel López, el cual en su Historia Argentina, asegura haberlo visto personalmente en Chile — concubinario — cuando hacía unos cuantos años que Monterroso había muerto en Montevideo.

Tampoco hay fundamento para aceptar la arbitraria división, que atribuye a la secretaría de Monterroso todo lo que en los papeles de la correspondencia de Artigas le merecer tilde, en tondo y forma “en la prosa vacua y sin sentido de un fraile apóstata, depravado y de vulgar instrucción”, según sus enemigos.

Ahí están sus notas óptimas y sus adelantos en el colegio franciscano, que se encargan de demostrarnos que esto es esto es incierto.

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