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da la República, luego de seguir en la sublevación de 1832 al general Juan A. Lavalleja, defendió al gobierno del general Manuel Oribe, combatiendo a los revolucionarios del general Rivera que se titulaban constitucionales, y en diciembre de 1837 revistaba como teniente del escuadrón de Tacuarembó, siendo alférez.

En la Guerra Grande se hizo tan notable por sus excesos, que Antonio Díaz lo califica como “uno de los hombres más sanguinarios de aquella época” y menciona, admirado, la vez que perdonó la vida a un capitán y varios soldados enemigos, a los cuales hizo prisioneros en Mercedes el año 1847.

Sus pésimos antecedentes, sin embargo, tenían orígenes más remotos, puesto que ya en 1833, Servando Gómez, que lo enviaba preso a disposición del general Rivera como asaltante de una casa, le da el calificativo de anarquista infame y perverso, previniéndole además que aprovecharía el primer descuido para fugarse, por lo cual “había que tener en perfecta seguridad a tal forajido”.

Veinte años más tarde, sus propios correligionarios en los sucesos del 53 se encargaron de recordar su deplorable nombradía, cuando el general Lucas Moreno, en carta de su puño y letra, manifiesta que no se fuese a creer “lo que se afirmaba de que la reacción era solamente cosa de Neira o de otras personas como Neira que poco tenían que perder en nuestro país”.

Actuó casi siempre a las inmediatas órdenes del general Servando Gómez y cuando el general Urquiza, pronunciado contra Rosas, vadeó el río Uruguay el 19 de julio de 1851, para concluir con el ejército de Oribe que sitiaba Montevideo, se mantuvo indeciso a la espera del rumbo los acontecimientos, formando parte de la División Durazno que mandaba el coronel Basilio Muñoz. Al fin, la noche del 8 de agosto, Neira se sublevó con su gente arrastrando casi todo el resto de las fuerzas. Muñoz vino a encontrarse solo y este contraste repercutió tan gravemente, que el general Ignacio Oribe dispúsose a pasar con su ejército al sud del río Negro, buscando la incorporación del que mandaba su hermano, con el cual se unió en el Arroyo de la Virgen.

Puesta su espada al servicio del caudillo entrerriano, se le halla en seguida hostilizando a sus antiguos compañeros, tomándolos por retaguardia mientras sitiaban todavía la capital.

Decidido en favor del gobierno de Giró, cuando éste perdió el mando y lo reemplazó el Triunvirato, Neira, al frente de una partida respetable, tuvo un encuentro con las fuerzas del comandante Ambrosio Sandes en el paso del Sauce del Queguay, y allí perdió la vida junto con un oficial y con su asistente el 6 de octubre de 1853.

El comandante Jacinto Barbat, su compañero de causa, escribiendo a Dionisio Coronel, acusa gratuitamente a Sandes de haberlo hecho ultimar después de prisionero.

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